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El islam político llegó a su fin en estas elecciones a través de las urnas y no a través de las armas», así lo declaraba de contundente Abdelmalek Alaoui a France 24, este politólogo ensayista, autor del libro Temps du Maroc (Tiempo de Marruecos). Los islamistas han saboreado el poder político en el país sin llegar a ejercerlo y ahora lo abandonan por la puerta pequeña.

Hace aproximadamente dos años, se presentó Aziz Akhanouch en Madrid para dirigirse a los simpatizantes de su partido en España; allí prometió que convertiría los marroquíes del exterior en la provincia 13, profetizó un cambio en el país y que la época de los barbudos estaba llegando a su fin. Con lo segundo se ha cumplido la profecía, mientras que para lo primero habrá que esperar a muchos cambios legislativos. Pero el suspiro general en Marruecos durante la madrugada del jueves fue de ‘por fin’. A nivel interno, al país le esperan grandes desafíos en el terreno de la educación y la sanidad. En lo económico, el rumbo de la modernización y los grandes cambios estructurales necesitan una consolidación. A nivel externo, las relaciones con Europa y, sobre todo, con España marcarán la prioridad en la agenda del nuevo Gobierno.

Aziz Akhanouch con un patrimonio de 1.400 millones de dólares, es uno de los hombres más ricos del país, director del grupo AKWA, uno de los mayores conglomerados de Marruecos que opera en los campos de gas, telecomunicaciones y turismo. Fue ministro de Finanzas durante seis meses y los últimos cinco años fue ministro de Agricultura y Pesca. En su perfil de Twitter esta semana aparecía el mensaje ‘cuenta eliminada’ y explicaba que suprimió la cuenta propagandística para dejar de representar sus negocios empresariales y empezar a trabajar para el interés de su país.

«No se puede estar en misa y repicando» es lo que se le puede decir al Partido de Justicia y Desarrollo, partido islamista que ha gobernado desde hace diez años. La pérdida de carisma, mala gestión económica y social han llevado a este partido a los últimos puestos de las últimas elecciones. El desgaste era previsible antes de que comenzara la campaña electoral. Un partido islamista que defendía la prohibición del alcohol desde las mezquitas y subía más de un 30 % los impuestos al alcohol en la calle, atacaba las mafias de la droga y aprobaba el proyecto de ley para legalizar el cannabis. Su bandera al llegar al poder fue la lucha por la causa palestina y no dudó ni un segundo en abrazar la normalización de las relaciones con Israel. La gota que colmó el vaso fue la gestión de la crisis sanitaria, la llegada de la COVID dejó en evidencia al Gobierno que iba siempre a ralentí de palacio. Al final, los marroquíes valoraron positivamente el trabajo del equipo del Palacio Real.

El libro Tiempo de Marruecos concluye con la siguiente afirmación que se adapta al momento actual del país: «Para afrontar un mundo más fragmentado que nunca, donde las tensiones visibles de hoy serán los conflictos de mañana, esta experiencia de transformación profundiza donde la necesidad de atender las emergencias de sincronizar y anticipar los desafíos del mañana probablemente dependa de una sola elección: la hora de Marruecos ha sonado».