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La proliferación de pintadas vandálicas en Palma alcanza cotas insufribles. Lugares singulares dan asco. Del alcalde Hila llevamos años oyendo que agarrará el toro por los cuernos. Pero de momento los vándalos le están pintando la cara y no se entera.

Los últimos acontecimientos causan sonrojo. Varios ciudadanos tuvieron que retener a dos adolescentes de 15 y 14 años mientras, tan tranquilos, pintarrajeaban la Murada en el Parc de la Mar. Nuestra joya renacentista de valor incalculable ha sido atacada en incontables ocasiones. Sobrevive de milagro huérfana de una vigilancia suficiente. Tuvo que ser gente anónima la que asumió la responsabilidad de defender el patrimonio común. ¿Es que acaso el Parc de la Mar y sus aledaños, aspirantes a ser declarados patrimonio de la humanidad por la Unesco no se merecen una mayor atención del cuartel de San Fernando? ¿Dónde están las cámaras de seguridad que ayuden a prevenir ataques?

El número de grafiteros incívicos cazados hasta el momento es mínimo. Los del Parc de la Mar eran adolescentes, pero se sabe de la existencia de bandas veinteañeras que no paran de hacer estropicios. ¿Dónde está el empuje y la sensibilidad del alcalde? En Palma se podría levantar un museo a la indignidad exhibiendo las espeluznantes e incontables fotos de las agresiones grafiteras, comenzando por el masacrado centro antiguo, donde no se salvan ni calles, ni plazas e incluso, en un espectáculo ignominioso, ni casi una sola barrera de los comercios.

Falta concienciación. Los dos adolescentes atrapados en el Parc de la Mar son la punta del iceberg. ¿Por qué no promueve Cort una campaña dirigida a los centros educativos para formar a los jóvenes en el respeto al bien común y advirtiendo de las consecuencias del incivismo?

La tarea de Hila es ingente. Y el desastre irá empeorando si no reacciona. Nos jugamos el encanto único de Palma, nada menos.