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Vivimos muy bien en los países democráticos, sobre todo si nos comparamos con lugares y etapas pasadas, cuando no había libertades políticas, ni posibilidades de mejora o ascensión social mediante el trabajo y el comercio. Hasta hace muy poco tiempo en la historia, los estamentos sociales eran absolutamente herméticos. Quien nacía pobre, pobre seguía toda su vida y pobre moría. Y al hablar de pobreza nos referimos a la que condenaba a las personas a sobrevivir duramente casi como hacían las bestias. Entonces, los que eran agresivamente fuertes poseían la totalidad de los bienes. Eran estos los que se erigían en amos y crearon las clases dominadoras o altas, bajo de las que solo había miseria irremediable y condena a una existencia deplorable.

La situación cambió cuando fue posible que el pobre tuviera posibilidades de actuar por y para sí mismo consiguiendo salirse del basurero social. Fue de este modo cómo se salió de los surcos deterministas de la historia, cuando las libertades individuales y el respecto a la persona en cuanto sujeto social consiguieron transformar la sociedad. Con el hundimiento de lo que llamamos el Antiguo Régimen, fue posible mejorar económicamente. Entonces se espabilaron las mentes para inventar y crear nuevos productos o herramientas para ganar riquezas. Solo gracias a la libertad se avanzó en las tecnologías y ciencias. Sin libertades no había posibilidad alguna de movilidad social y todo quedaba estancado en una parálisis social y económica de consecuencias desastrosas.
Sin embargo, y evidentemente, las democracias tampoco nos han traído el cielo absoluto. Ni nada lo traerá jamás en este mundo. Creer que un día alcanzaremos los paraísos terrenales es de una gran ingenuidad.

Las democracias tienen sus innegables defectos, claro que sí. Y uno de ellos es la facilidad de manipulación de las gentes que, al no estar especializadas en los estudios históricos, sociales o políticos, tienen voto y pueden ser arrastradas muy fácilmente por grupos (a veces nada honrados) que dominan los recursos mediáticos al servicio de los intereses partidistas.

La democracia, para que funcione bien, exige, por lo tanto, estudio. Mucho estudio. Exige niveles altos de educación y hasta de especialización en historia, economía, sociología y filosofía, es decir, algo que no ocurre y tampoco ocurrirá jamás. Por esto seguirán los engaños. Nadie que no sabe física, ingeniería, química o técnica electrónica discute con un especialista en estas materias. Pero, en cambio, muchas personas están convencidas de ser expertas en temas políticos o históricos. Tanto se lo creen que se siente incomprensiblemente heridas si alguien le señala sus desconocimientos (que son en muchas ocasiones incluso elementales).

De la misma manera que nadie ve lastimado su ego por no saber ingeniería, nadie tendría que sentirse herido por no saber historia. Cada cual sabe sobre lo que se ha especializado. Lo malo, sin embargo, de los desconocimientos históricos, económicos e históricos y del dictaminar sobre ellos es lo que comentábamos, o sea, que entorpecen los mecanismos democráticos, de los cuales se sirven los depredadores. No es extraño que los haya, por lo tanto, que pidan el voto a partir de los 14 o 16 años, cuando se sabe poco, o poco se ha andado por el mundo.