Una dirigente del PP balear ha comentado en alguna ocasión que Vox se encuentra en un momento que, haga lo que haga, le sale bien, como le sucedió al PP en 2011: la reacción contra Zapatero y Antich era de tal magnitud que en Baleares cualquiera al frente de las listas no habría alterado un resultado ganador, que se apuntó Bauzá. La diferencia, sin embargo, está en el hecho de que el PP ha sido, y es, un partido de gobierno, y de Vox, hasta ahora, solo se conocen los aspavientos, excepto quizá en Palma. En el Ayuntamiento capitalino, el portavoz de los verdes, dicho sea por su color corporativo, desarrolla una labor a pie de calle que parece despertar afectos considerables entre electores tradicionales del PP. De no caer por el camino a causa del fuego amigo, que lo hay y más se intensificará a medida que avance el calendario, y no repetir como candidato a la Alcaldía, el general Fulgencio Coll devendrá un serio problema para las aspiraciones municipales de la candidatura del PP.
Más allá de las personas, sin embargo, Vox y, por la izquierda, Podemos y demás partidos ultras, personifican el fracaso de la razón en la política frente al embate de la explotación de los sentimientos. El PP no supo entender la demanda de un sector de su electorado y el PSOE es responsable de haber incentivado el crecimiento de Vox, sin grandes diferencias con lo que hizo Rajoy con Podemos. En ambos casos para debilitar las posibilidades del adversario. Nunca sabremos si una pizca de responsabilidad y sentido de estado en las cúpulas de los dos grandes partidos podría haber evitado un escenario tan encanallado, por dividido y crispado, como el actual.
Salvo que el candidato popular en Castilla y León consiga un Ayuso, eventualidad que los sondeos han ido desactivando a medida que se desarrollaba la campaña para apuntar hacia la necesidad de contar sí o sí con Vox para mantenerse en el gobierno regional. Pedro Sánchez calcula tener hechos los discursos electorales de próximas convocatorias, Andalucía, generales, a base de airear lo que presenta como la amenaza de una coalición PP – Vox. El cinismo presidencial pretende blanquear sus propios acuerdos con la ultraizquierda, los independentistas condenados por sedición y malversación de dinero público y, entre otros más, el partido que ha situado en su dirección al último jefe de los terroristas de ETA. Son datos que, aunque la izquierda balear pretenda obviar u olvidar, no nos resultan lejanos: los últimos asesinatos de ETA, y las explosiones en distintos lugares públicos, tuvieron lugar en Mallorca. Cada elección condiciona las siguientes y según sean las sedes partidistas donde esta noche se descorche el cava se podrá conjeturar acerca del reparto de ánimos a futuro en la política balear.
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