De esos diez mil actores y actrices solo un tres por ciento cobra más de treinta mil euros al año; del 33 % que cobraba más de doce mil euros anuales antes de la pandemia pasamos a solo un 4 % en el momento más duro y a un 11 % en la actualidad. Más de la mitad no sobrepasan los tres mil euros al año, según el último informe de Aisge, la entidad que gestiona los derechos de propiedad intelectual del colectivo. Gracias precisamente a las ayudas sociales de Aisge, más de dos mil intérpretes han podido sobrevivir durante estos meses. En el cine o la televisión valemos lo que estamos en la mente de quienes intentan levantar proyectos, los guionistas y directores y, sobre todo, en la de quienes son capaces de llevarlos adelante, los productores. Y lo escribo en masculino porque la desigualdad en esta profesión y la brecha de género son mayores aún que las que existen en la sociedad. Son pocas, muy pocas, las mujeres que pueden levantar proyectos y menos, muchas menos, las que pueden llevarlos adelante.
Acudir a la entrega de los Goya es una oportunidad para el reencuentro, pero también para que se acuerden de nosotros. Si queremos estar en la mente de quienes pueden levantar proyectos tenemos que dejarnos ver, pero eso juega en nuestra contra porque potencia la falsa imagen de que vivimos como Dios, que no damos un palo al agua y que somos unos parásitos que vivimos de las subvenciones. Son muchos los medios de comunicación que, a raíz del ‘No a la guerra', declararon la guerra a los actores y nos criminalizaron. Esos medios no solo no cuentan nuestra realidad, sino que esconden que frente a los 56 millones de euros anuales de ayudas a nuestro cine las ayudas en Francia o Italia sobrepasan los 600. Sin duda la fiesta de los Goya es buena y necesaria para nuestra profesión, pero solo dar a conocer nuestra realidad puede hacer que este país pase de criminalizar la cultura a defenderla.
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