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Para no pactar con Vox, Pablo Casado arguye que excluye de sus contactos los populismos extremistas, en una equiparación de derecha a izquierda como si sus actuaciones fuesen las mismas. En contraste con él, su enemiga Isabel Díaz Ayuso afirma que ella pactaría con el partido de Ortega Lara antes que con el de sus secuestradores. Esa es la cuestión de la imposible equiparación de unos y otros. A unos, es decir, a Vox se le juzga por presunciones en vez de acciones concretas, por declaraciones en vez de actos que nunca han llegado a hacer. Del otro lado del espectro político no hay sólo intenciones, sino la violencia nunca condenada por Bildu o el intento de golpe de Estado perpetrado por Esquerra Republicana.

Y sólo hay algo peor que esa falsa simetría política de los dos lados de la balanza, que es la de condenar sólo a una, la de las ideas, mientras se gobierna con el apoyo de la otra, la de la violencia comprobada y ejecutada. Es lo que ha hecho Pedro Sánchez, al pedir que se aísle del todo a Vox, mientras beneficia y se beneficia del compadreo político de la extrema izquierda. Hasta ahora, que se sepa, Vox ha actuado siempre dentro de la Constitución y no ha erosionado las instituciones, a pesar de las ideas que pueda tener al respecto y que están en sus programas.

Sus puntos de vista sobre la organización del Estado y sobre la distribución del dinero público son de sobra conocidos y no ha traspasado al respecto ningún límite que sea legal. De ahí el absurdo interesado de la simetría cuando lo que hay es una balanza en la que pesan siempre más las tesis de la izquierda, aderezadas con el falso argumento de una superioridad moral que no se ve por parte alguna.