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Hay dictaduras que llegan tras un golpe de Estado o una revolución y, otras, que avanzan poco a poco, sin prisas, pero sin pausas. La dictadura cubana es un ejemplo del primer apartado, mientras la de Venezuela fue un proceso tan lento como seguro, en el que, poco a poco, de una democracia se pasó a una dictadura. La erosión de los tribunales, la corrupción del Ejército a través del dinero del narcotráfico, el encarcelamiento de opositores, el cierre de medios de comunicación, incluso el ataque a la propiedad privada, van configurando una atmósfera en la que las únicas opciones son apoyar al tirano, permanecer mudo o arriesgarte a acabar en la cárcel o en una cuneta con un tiro en la nuca.
El tirano de Venezuela ha ido culminando las diferentes etapas hasta que logró su objetivo del poder absoluto.

Putin sigue los mismos pasos. Empezó tímidamente mandando a sus sicarios a asesinar periodistas, siguió envenenando a disidentes, y ya, con la excusa de la cruel invasión de Ucrania, puede enviar directamente a la cárcel a cualquiera que proteste o del que su policía secreta le informe que no le ama o no le teme. La futura Republiqueta de Secesionistas Catalanes muestra también maneras. Acoso a los que no piensan como ellos, sectarismo en la concesión de ayudas y subvenciones, e intento de ignorar cualquier información que no alabe a los futuros dictadores. El más reciente ejemplo ha sido que el partido internacional entre Albania y España nunca se celebró en Barcelona, según dejó de informar TV3.

Como no pueden manejar los tribunales, nombrando a sus amiguetes sin méritos, intentan que los directores de los colegios se responsabilicen de las multas por no respetar el 25 % del castellano. Todo futuro tirano se muestra prudente hasta que consigue sus objetivos.