Si es verdad, como cuenta la Biblia, que Dios fue poniendo nombre a todas las cosas a la misma velocidad con que las iba creando, habrá que reconocer que con los pilotos de Fórmula 1 se mostró especialmente ocurrente. ¿Quién se cree usted que es? ¿Fangio?, fueron durante muchos años las primeras palabras con que se dirigía el policía de tráfico al conductor al que cazaba saltándose los límites de velocidad. Porque el piloto de Fórmula 1 ha sido siempre la medida de todas las cosas que van demasiado deprisa.
¿Quién te crees que eres? ¿Fangio?, cuenta Alain Prost que su mujer llegó a gritarle también en un viaje familiar por carretera cuando él, que ya era piloto de Fórmula 1, pisó imprudentemente el acelerador en una recta. Porque fue Fangio, sí, pero bien pudo ser también Ascari, cuyo nombre suena igual de rotundo o incluso más, y con quien el argentino se repartió títulos mundiales, pero no, evidentemente, un simple González, su compatriota, predestinado por nacimiento a quedar tercero detrás de ambos.
Luego vinieron algunos más. Graham Hill, Jim Clark y Jackie Stewart. Hasta llegar a Fittipaldi, que, como Fangio, no necesitaba nombre de pila porque con él Dios, si hay que hacer caso a la Biblia, estuvo realmente sembrado. Como lo habría estado también con el pobre Alboretto si Michele hubiera podido acompañar su apellido con algo más que cuatro grandes premios y un triste subcampeonato. Niki Lauda y Ayrton Senna vinieron después para sustituir a Fangio en el imaginario de las nuevas generaciones de policías y finalmente apareció Schumacher. Pero ninguno como Fittipaldi. Para redondear la faena sus padres le pusieron Emerson.
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