TW
0

Alguna razón debe haber para que en los eventos deportivos compitan separadamente las mujeres de los hombres. A nadie se le ocurre pensar que en fútbol o en atletismo, por ejemplo, los participantes no sean del mismo sexo, debido a la ventaja física de los varones sobre las hembras en la mayoría de los casos. No se trata de discriminación, en absoluto, sino de un hecho biológico que no tiene ninguna otra trascendencia en procesos y acontecimientos más importantes que el mero esfuerzo muscular.
Insisto en el razonamiento porque no quiero ser tachado de misógino o cualquier otra cursilería por el estilo, sino narrar la historia de Lia Thomas, la nadadora transgénero, que tiene todo el derecho a serlo, tanto nadadora como transexual, faltaría más.

Lo cierto, sin embargo es que hace tres años, cuando competía como hombre en la liga universitaria su puesto en el ránking era el modestísimo 402. Y ahora, como mujer, ha sido capaz de hacer una plusmarca fantástica, derrotando sin paliativos a dos medallistas olímpicas. Nada hay que reprocharle a Lia, sino todo lo contrario: felicitarle por su récord. Sin embargo, hay algo que no cuadra, dado que su nivel de testosterona sigue siendo –a pesar de las limitaciones de nanomoles que impone el Comité Olímpico Internacional– superior a sus competidoras, lo que podría llegar a generalizarse en atletas que buscasen el cambio de género para mejorar sus calificaciones deportivas.

Así que, si evitamos la trampa como norma, podemos congratularnos con la feminidad de Lia y con sus éxitos, sin tener que escandalizarnos ante el mal uso que algunos puedan hacer de los legítimos derechos de las personas a ser como quieren ser.