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No he conseguido averiguar el nombre del hospital gallego en el que hace unos días falleció la hermana mayor de la periodista Cristina Saavedra, pero seguiré con la pesquisas porque se trata de un hospital inhumano, o, cuando menos, su gerencia. En ese hospital indigno de ostentar el título de establecimiento sanitario, los familiares de los pacientes, muchos de ellos en cuidados paliativos, apurando los últimos momentos de sus vidas, no pudieron atenderles y acompañarles debidamente porque en el centro se estaba rodando una película. El hospital se había convertido en un set de rodaje, y los familiares no podían usar los ascensores, ni las escaleras, ni aparcar en las inmediaciones, porque alguien, la dirección, el Servicio Gallego de Salud o quien fuera había antepuesto las necesidades de un rodaje cinematográfico a las de los pacientes. Cristina Saavedra, como tantos otros, hubo de esperar a que concluyeran las tomas y sonara el ¡corten! para acceder a la habitación donde su hermana se estaba muriendo.

La vida está tratando muy cruelmente, a la compañera Cristina: el verano pasado murieron su hermana pequeña y su abuela en el espacio de unos pocos días, ambas de cáncer, y ahora el mismo mal ha fulminado a su hermana mayor. Pero a ese trato devastador que le está dispensando la vida, se suma el no menos indecente recibido en ese hospital donde se ruedan peliculitas mientras pared con pared del plató las personas sufren y agonizan.

Toda humanidad es poca donde las personas con la salud quebrada precisan un plus de sosiego, de afecto, de consuelo y de silencio reparador, y aunque al común de nuestros hospitales les falta un poco de todo eso, a ese donde Saavedra necesitaba apurar los últimos minutos con su hermana mayor le falta absolutamente todo. El destino ha despojado a Cristina de tres trozos importantísimos de sí, y un hospital inhumano le ha robado algunos de los muy valiosos e irrecuperables últimos instantes junto a su hermana mayor.