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Tras el golpe palaciego que depuso a Pablo Casado, el Partido Popular se ‘reinició' en Sevilla no tanto pensando en el futuro como buscando, y creyendo haberlo encontrado, el modo de escapar del presente. Y ello es así porque con ese su retorno al marianismo, que tal cosa representa Núñez Feijóo, imagina cancelar la disparatada etapa casadista que sumió al partido en el marasmo. Libre es el PP de suponer que las fórmulas y los materiales del pasado le pueden servir para construir su futuro, pero no fue Pablo Casado quien hundió al partido, pese a lo mucho que puso de su parte, sino la corrupción, de cuya sombra no alcanzó a zafarse y que terminó deglutiéndole.

En su discurso de coronación, Alberto Núñez Feijóo no aludió ni una sola vez a la corrupción, siendo ésta, como se sabe, la que condujo al PP al estado en que se halla. Mal se puede establecer un tratamiento eficaz cuando se quiere ignorar el diagnóstico, y ante todos esos correligionarios que le aclamaban no habría estado de más un radical exordio a la probidad y una solemne promesa de ‘nunca mais'. Pero ni Feijóo ni ninguno de los intervinientes en la ‘reiniciación' sevillana señaló la corrupción como orígen de los males del partido, unos males que lo fueron mayores, por cierto, para la nación.

Pese a todo, conforta la aseveración de Feijóo de que el nuevo PP no va a dedicarse exclusivamente a insultar al Gobierno y a obstruir todo lo habido y por haber. Conforta, pero mucho más confortará cuando traslade las palabras a los hechos y desbloquee la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Cuca Gamarra, por su parte, también debería ‘reiniciarse' un poco dulcificando el ceño invariablemente fruncido y el verbo invariablemente acerado y faltón que gastaba cuando servía a las órdenes del depuesto, que parecían ambos consumidos por una rara ansiedad. A ‘reiniciarse', pues.