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Me planto frente al espejo después de haber pasado por el Barber Shop del barrio de mis padres. Bueno, sería más ajustado a la verdad decir por uno de los Barber Shop de Son Canals. De un tiempo a esta parte la ciudad se ha llenado de Barber Shops y salones de manicura. Cuidado capilar y de uñas, esas partes del cuerpo que no son exactamente el cuerpo, pero que cuidamos más que a nuestro propio cuerpo.

Mientras esperaba mi turno, vi a niños de menos de doce años hacerse auténticas diabluras en la cabeza con el beneplácito de sus padres. Ya instalado en el sillón giratorio, con el pelo cortado, el peluquero me preguntó si quería arreglarme la barba. Nunca antes lo había hecho. Por qué no, pensé. Los precios de los Barber Shops son más que asequibles.

Así que el tipo agarró su navaja y su barbero eléctrico y me pidió que echara la cabeza hacia atrás. Toda una experiencia. Al llegar a casa mi mujer me dijo que parecía recién salido de un telefilm turco. Quise tomármelo como un cumplido. Ahora me miro en el espejo y se me ocurre que le tengo un aire a Carner Cindoruk.