Uno de los mejores acuarelistas que han dibujado Mallorca, sus paisajes y a los mallorquines en un tono costumbrista, fue el vienés Erwin Hubert (1883-1963). Su obra se caracteriza por la maestría en el manejo de la línea y cómo a través de ella, y una paleta de colores primarios muy gratos para la vista del espectador, consigue producir ese efecto que, en sentido clásico, llamamos belleza y que se traduce en mostrarnos una Mallorca idílica que para Hubert debía ser un rincón del paraíso.
Y la verdad es que no siempre fue así: por ejemplo –y por hacer una comparativa con lo que está pasando hoy– en 1918 mientras las tropas bolcheviques, zaristas, alemanas, rumanas entraban a trocear la Ucrania independiente de la Rada Central, en Palma hubo una huelga de 400 personas (sin transición energética ni de ningún tipo) que pasaban frío y protestaban por la falta de carbón: la turba acabó asaltando varios almacenes de los que se llevaron carbón vegetal y sacos de patatas (a veces la historia se repite y la situación que hoy vivimos en temas de inflación desbocada, electricidad y de suministros tiene muchas concomitancias).
En 1918 toda Centroeuropa se deshizo y surgieron un montón de pequeños estados (desde Eslavonia a Georgia pasando por la misma Ucrania) producto de la disolución de tres imperios: el turco, el ruso y el austrohúngaro que tuvo en su momento álgido, finales del siglo XIX y en Mallorca, a un políglota y espía de alargada huella cultural, me refiero al archiduque Luis Salvador (1847-1915).
Precisamente de la mano de l'Arxiduc, en 1905, vino Hubert a Mallorca.
Ya terminada la I Guerra Mundial se instaló en Valldemossa con la intención de pintar toda la Isla y publicar, con un grupo de escritores, un libro que finalmente no se hizo. Lógicamente pintó la Cartuja con sus cipreses (en 1906 fue a Valldemossa un reportero del Diario de Marina y así describió la maravilla que vio: «Ya se ve a lo lejos la Cartuja, en el fondo de un paisaje admirable. Algunas palmeras de encorvadas ramas, y algunos negros y puntiagudos cipreses, ayudan a componer tan lindo pueblecito»). Hubert expuso por vez primera en la galería palmesana La Veda (1921), tuvo un gran éxito y un crítico definió su estilo como «correctísimo en el dibujo y de una gran limpieza en el colorido».
En febrero de 1923 expuso cincuenta cuadros en lo que entonces era la institución cultural más importante de España, el Ateneo de Madrid, donde de paso hizo una gran promoción de Mallorca porque solo con ver sus obras a la gente le entraba el gusanillo de querer visitar la Isla de la Calma. En ese sentido las acuarelas hubertianas fueron icónicas y las imprimieron a modo de guía las Galerías Costa de Picarol y el Fomento de Turismo que hizo unas campañas para atraer turistas de una gran calidad estética.
Hubert en sus acuarelas nos embotelló y describió una Mallorca llena de idealidad, que no de idealismo, ese concepto tan echado hoy a perder. Nuestro acuarelista murió en 1963, lo atropelló una motocicleta. Sus acuarelas son verdaderas radiografías de una Mallorca que a la vez existió y no existió.
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