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El boicot de un grupo de radicales por la transexualidad a la presentación de un libro en la Universitat de les Illes Balears, y que se salieran con la suya y la autoridad académica suspendiera el acto, no debería quedarse como un hecho más, propio de personas exaltadas en unos tiempos en los que las manifestaciones de extremismo se convierten en habituales, porque significaría dar carta de normalidad a comportamientos que vulneran derechos esenciales. Tales conductas retrotraen a épocas que deberían continuar enterradas, cuando quienes combatían el pensamiento libre vestían camisa parda, o negra, roja, o azul. La intolerancia ya no es solo un fenómeno propio de determinados campus universitarios norteamericanos en los que una perversa corrección política ha impuesto la censura a cualquier idea que pueda contravenir sus planteamientos.

En sus más de cuarenta años de historia la UIB cuenta con algún que otro baldón nada ejemplar en el capítulo de las intransigencias. Quizá el más notorio, la ‘bola negra' al historiador, y maestro de historiadores, Manuel Tuñón de Lara. A su regreso del exilio, en los años ochenta, en un bochornoso episodio, la UIB le negó la cátedra por causas que nada tenían que ver con la excelencia docente y mucho con el sectarismo ideológico. Con posterioridad, 1984, se intentó corregir el desafuero con su nombramiento como doctor honoris causa, en una ceremonia «con un propósito gozoso en su vertiente expiatoria», tal como subrayó el ponente de los méritos del doctorando, quien sería el Nobel Camilo José Cela Trulock.

La duda acerca de si ha sido la política que ha inoculado el virus del fanatismo en la sociedad o ha sucedido a la inversa resulta ahora irrelevante. El Pacto del Tinell suscrito entre partidos de izquierda y nacionalistas en Catalunya (2003) subsumía el compromiso de evitar con todos los medios a su alcance que el PP pudiera acceder al gobierno de la Generalitat. En ese instante comienza la expansión de la idea del ‘cordón sanitario', una expresión injustamente tomada del ámbito de la salud pública con un propósito totalmente distinto, la exclusión del oponente, la cerrazón frente al rival. La semilla del rencor germina con rapidez y con mayor fuerza en tiempos de crisis, miedos y penurias. Tan deleznable es la propuesta de dejar a Vox fuera del sistema, reiterada en Baleares por los socios de Francina Armengol, como la pretensión de ese partido de ilegalizar a grupos políticos que forman parte del Gobierno de Pedro Sánchez o le sostienen parlamentariamente; en todos los casos, ostentan la representación del número suficiente de ciudadanos para haber obtenido escaños. Y no se trata de equidistancias, sino de respeto. De la política y sus protagonistas, a derecha e izquierda, es la responsabilidad de erradicar fanatismos y desterrar de los usos públicos la identificación del adversario como enemigo y el ahondamiento de trincheras entre diferentes.

La novelista francesa Fred Vargas (París, 1957) construye un magnífico relato ‘noir', Cuando sale la reclusa (2018), a partir de una araña, la reclusa, esquiva y venenosa cuya picadura, sin embargo, no es mortal. Valga la paráfrasis: cuando sale la intolerancia sus efectos, a diferencia de la araña, pueden ser tremendamente letales.