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Desde que empezó la autonomía balear en 1983, Més per Mallorca ha ocupado puestos en las distintas consellerías en las legislaturas 1999-2003, 2007-2011, 2015-2019 y 2019 hasta la fecha. Durante estos 15 años ha dirigido departamentos como Economía, Turismo, Agricultura o Industria, entre otras, un tiempo más que suficiente para poder aplicar las políticas de su ideario económico. Sin embargo, las últimas declaraciones del portavoz de Més per Mallorca confirman que las políticas desarrolladas durante casi cuatro legislaturas han sido un fracaso absoluto porque no han sido capaces de poner en marcha políticas para no depender tanto del turismo, lo que para ellos es un suicidio. Entre uno de los argumentos que esgrime Més per Mallorca para vincular turismo con suicidio es que la renta per cápita no ha crecido pese a haber aumentado el número de turistas en Balears, sin tener en cuenta que durante estos últimos años la población balear se ha disparado y, por lo tanto, la media también baja, cifras que así a grandes rasgos poco aportan a un debate de nuevo peligroso en los tiempos que corren.

Porque la turismofobia ha vuelto y lo ha hecho de la mano de Més per Mallorca, los enemigos de los chiringuitos de playa, y de Podemos, que también han iniciado una cruzada contra los beach clubs de Ibiza y los vehículos de alquiler. La presidenta, Francina Armengol, tiene un grave problema. Porque debe ser difícil convencer a los turoperadores y agencias para que traigan turistas a Balears y, a la vez, escuchar a sus socios de gobiernos repetir y repetir que sobran turistas, que el turismo es una actividad que genera molestias y que hay que restringirla, además de proponer medidas que van precisamente hacia ese camino. O los socios de gobierno no pintan nada en el Govern, que es algo bastante probable, o realmente Armengol va por libre apoyando el turismo para evitar la ruina de la economía balear.
Realmente nunca he entendido esa manía de pedir que no vengan tantos turistas, esa obsesión contra los cruceros y los hoteles boutique. El pasado verano, por ejemplo, viajé a una ciudad europea y junto a mí en el avión se sentó uno de los líderes políticos que más se esfuerza en ir en contra del turismo. Durante el trayecto me preguntaba qué sentiría al subirse a un avión libremente, viajar al destino elegido y poder alojarse en un hotel en el centro de la ciudad, además de sentarse en la terraza de una cafetería o en un restaurante sin que nadie le dijese que sobraba, que era molesto o que mejor no volviese a pisar aquella ciudad porque genera residuos o simplemente come en un restaurante de comida rápida.

Lo peor de todo es que han tenido posibilidades para adoptar medidas que frenasen la llegada de turistas, pero en lugar de hacerlo acudían a las ferias turísticas para organizar encuentros absurdos y caros que no tenían ninguna repercusión positiva para Balears. Con el dinero de todos ustedes, claro. Si Armengol no se pronuncia rotundamente a favor del turismo y se desmarca de sus socios de gobierno que vuelven a usar la turismofobia como arma política para captar votos habrá que empezar a creer que la presidenta también cree que ve con simpatía estos mensajes contra el turismo. No es momento para hacerlo cuando se han vivido dos temporadas turísticas. Porque no hay que ser un lince en economía para saber que en Balears es turismo o ruina. A ver si comienzan a asumirlo.