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Los españoles son los europeos menos felices, solo por delante de los húngaros, que siempre han tenido fama de ser un pueblo triste. Considera la mayoría de los europeos que las fuentes de la felicidad son la salud –física y mental–, la relación con tu pareja, que tu vida tenga un sentido y la felicidad que aportan los hijos.

Sin embargo, los españoles dejan esto último para otro momento, porque creen que son mejor fuente de felicidad las condiciones de vida: agua, comida y alojamiento. Lo de la felicidad es algo que nunca terminaremos de definir y que seguramente es distinto para cada persona. Hay quien estalla de felicidad ante una gran sinfonía de Beethoven, quien la siente al escalar una montaña, introducirse un día caluroso en el agua fría del mar, contemplar un paisaje idílico, escuchar la risa inocente de un niño, leer un novelón o ver una película de esas que te llegan al alma. Para disfrutar de esos momentos necesitas estar sano –al menos, no sentir dolor–, pero no es preciso tener pareja, hijos ni una casa especialmente confortable.

Entonces creo que podemos olvidarnos del concepto de la felicidad y sustituirlo por el de ‘satisfacción’ o incluso ‘confort’. Porque la pareja, los hijos y una casa agradable nos proporcionan satisfacción y la sensación de estar arropado, seguro, sentir calidez y comodidad. Algo así como pertenecer a una tribu. ¿Eso es la felicidad? Dependerá de cada cual. En mi opinión, la felicidad completa está en la cúspide de la pirámide de Maslow, entre las cosas que no necesitas, que son un perfecto lujo superfluo: el arte, los viajes, la música, el cine, la belleza, la sensibilidad.