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Uno de los premios EMYA, del Foro Europeo de Museos, ha recaído en el Museo del Calzado y de la Industria, ubicado en Inca. Es una gran noticia por varias razones: porque se avala un proyecto museístico modesto, pero firme en sus objetivos; porque enlaza con todo un distrito geográfico del calzado, un sector histórico de la industrialización balear; porque expone, con máquinas, muestras, paneles, objetos, fotos y explicaciones, una trayectoria sectorial, manufacturera, que parecía olvidada; porque proporciona un espaldarazo a un equipo de dirección y a los apoyos del Consistorio. Y porque pone un epicentro preciso: premiar un museo que recoge una experiencia industrial, que fue decisiva para Inca y el Raiguer, generando los iconos esenciales de la revolución industrial: la formación de un empresariado conectado con los mercados externos; y la génesis de una clase trabajadora que consagró esfuerzos y luchas para mejorar las condiciones de vida. Aquí también hubo burgueses y obreros: no lo olvidemos.

El tema presenta otras derivadas. Primera, Baleares contó con experiencias industriales que supusieron, en muchas décadas, más del 40 % del PIB insular y cerca del 45 % en la vertebración de la fuerza de trabajo. Las manufacturas en las exportaciones de las Islas suponían cerca del 60 %, aglutinando tejidos de lana, de algodón, calzado, trabajos de piel, agroalimentación –harinas, conservas vegetales, básicamente–, jabón e incluso objetos derivados de la metalurgia ligera. Todo un mosaico muy completo de un proceso de desarrollo industrial que colocó al Archipiélago entre las cinco regiones líderes en renta per cápita, antes de 1960, según estudios ya publicados hace tiempo por la Fundación BBV y el equipo de investigación en historia económica de la UIB.

Una segunda derivada es relevante. El éxito del museo de Inca demuestra que respetar y recuperar el patrimonio industrial de las Islas proporciona réditos: de carácter cultural –la reivindicación de un pasado excesivamente ignorado–; la articulación de trabajos vinculados a la industria cultural, con posibilidades pedagógicas y turísticas; el conocimiento de una historia local cuyas características se asemejan a lo acontecido en otras regiones europeas, con la proporción de informaciones microsociales sobre trabajadores y empresas; y, en el caso concreto de Inca y el Raiguer –pero extensible a otros sectores manufactureros–, la visión del trabajo femenino, capital para el desarrollo industrial de la zona.

La tercera derivada es también importante. Existen en Baleares restos patrimoniales de un pasado industrial que –insistimos– fue más sólido de lo que siempre se ha pensado: Sóller, Pollença, Felanitx, Manacor, Maó, Alaior, Ciutadella... por citar algunos focos de desarrollo manufacturero que fueron claves en sectores como el textil, la industria vinícola, el calzado, los trabajos de madera, los bolsos de plata, las conservas de frutas y verduras. Recuperar esos vestigios no es una quimera. Un Museo de la Ciencia, parecido al de Cataluña, sería una opción estratégica. Ha habido intentos al respecto. Se debería perseverar.