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No siempre se ha distinguido este Gobierno por su disciplina. Pero en algunas ocasiones, cuando suena la corneta desde el despacho de Bolaños con la consigna a seguir, todos responden obedientes. ¡Hay que estigmatizar al PP por la corrupción! Y oímos a los ministros repitiendo el lema, usando a veces las mismas palabras y argumentos. Luego lo repetirán mil veces su periódico de cámara, los demás medios afines y el coro de tertulianos. El pasado fin de semana, la consigna fue recordar que el rey padre debe dar explicaciones a los españoles por su mala conducta y reprochárselo si no lo hace. Acompañado todo de algún insulto. Cuatro ministros salieron en tromba y a ellos se sumaron los que quieren acabar con la nación española, que ven en la Corona el símbolo de su unidad. Uno de estos, a quien su apellido lo define con fidelidad, le llegó a comparar con el narco Pablo Escobar. También se sumaron al griterío los que pretenden levantar sobre las cenizas de la Corona un sistema totalitario. No creo que el motivo del Gobierno fuera tranquilizar el alma republicana del PSOE, más bien parece que la intención fuera agradar a sus socios ahora que las relaciones se enfriaron.

Hay que ser miserable moral para ensañarse con un anciano que hace esfuerzos por no ir en silla de ruedas, que no tiene imputación alguna y que, junto con lamentables errores, tantos servicios impagables ha hecho a España. Y esta humillación se la exige un presidente maestro en el juego sucio, el que nos confinó ilegalmente, el que indultó a los sediciosos, sintió muchísimo la muerte de un etarra y gobierna con un pacto infame con todos los enemigos de España. El presidente que tan generoso se muestra con los presos etarras, ese que se escuda en el secreto de Estado para no dar cuenta de su uso de los bienes públicos, ese, digo, ese empecinado mentiroso es el que pide explicaciones al rey padre.

Eso después de que Juan Carlos ha sido escrutado sin éxito por la exministra de Sánchez a la que el mismo Sánchez nombró fiscal general. Sus errores y excesos los ha pagado Juan Carlos sobradamente con su abdicación. Fue el reconocimiento más palmario de su conducta poco ejemplar. Ahora, que le dejen envejecer y morir en paz.