De todos modos, italianos afrancesados no hay, y además, nadie encebolla como yo. Si acaso algún chino, que no viene a cuento. Mientras se calienta al agua de los tallarines, se sofríen un par de pimientos verdes durante pocos minutos, se retiran por el momento y ahí mismo se rehogan dos cebollas en juliana. Pero en otro plato tenemos otra cebolla cortada, esperando, y ahí es donde está la gracia de mi encebollado. A mí la cebolla, como las divinas alcachofas, me gusta de todas las maneras. Rehogada, pochada, confitada y también casi cruda (como a los chinos, sí), por lo que no veo ninguna razón para prescindir de algún gusto. Mientras se escurren los tallarines, que procuraremos sean de calidad y hervidos lo justo, a la sartén con la cebolla casi rehogada se añaden los pimientos, y naturalmente, la otra cebolla y algunas láminas de ajo. Un par de minutos después se agregan los tallarines, agitados, pero no revueltos, a fin de que se empapen. Y ya está. Chorrito de aceite de oliva virgen, pimienta opcional y nada de queso ni tonterías.
Ni la trufa del Piamonte mejora este plato, que es perfecto en sí, y eso lo sé porque el otro día, deseando despedirme a lo grande de la temporada de alcachofas (todo se acaba en esta vida), decidí añadirlas a mis tallarines encebollados. Si puedes reunir dos gustos opuestos (pochada y cruda), por qué no tres. Error, no funcionó. Si la alcachofa no mejora el guiso, menos lo hará una trufa. Mis tallarines encebollados son de una simplicidad y exactitud asombrosas. Ya pensaré cómo despedirme de las alcachofas, otro día.
1 comentario
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Lo probaré. Excelente invento.