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Hace unos días, después de dejar atrás a todos sus rivales en la ascensión al Plateau de Solaison, final de la octava etapa del Criterium Dauphiné, el danés Jonas Vingegaard y el esloveno Primoz Roglic se cogieron de la mano y de esta manera, juntos, cruzaron la línea de meta. Se ha querido ver en ello una demostración de compañerismo, respeto mutuo y gratitud, y sin duda es cierto. Pero el objeto de las carreras es proclamar a un ganador. El postre lo puedes compartir en casa, pero nunca en el restaurante. Que sea, pues, la última vez.

Cuando, después de haber alcanzado por fin la cumbre del Everest, Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay regresaron a casa, la primera pregunta a la que tuvieron que responder fue a la de cuál de los dos había puesto el pie en la cima antes. Comoquiera que según las leyes de la montaña se considera que todos los que forman parte de una cordada alcanzan la cumbre a la vez no importa el orden real en que estén atados, Hillary y Norgay se confabularon para no responderla jamás. Al cabo de los años, sin embargo, fue el propio nepalí el que, cansado de que todo el mundo le viniera con lo mismo, reveló, para disgusto de muchos, que Hillary iba delante.

Al final, la organización del Dauphiné le dio el triunfo de la etapa a Vingeggard, que fue quien subió al podio, ahora sí en solitario, porque, por encima de cualquier ley no escrita del deporte, en el ciclismo existe algo que se llama photo-finish. Y quizás también porque no tenían más ramos.