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Cuando un hijo cierra una etapa de su vida, se nos cierra algo a nosotros también. Vivir es avanzar en un camino que nos obliga a la elección constante, a tomar decisiones y superar obstáculos. Al recorrerlo, en el día a día, a veces no somos conscientes de todo aquello que dejamos atrás. Sin embargo, hay momentos que suponen el final de un ciclo. Mi madre fue alumna del colegio Pedro Poveda. También lo fuimos mis tres hermanos y yo misma, que pasé allí un tiempo maravilloso en el que aprendí y crecí a la vez como ser humano. No puedo dejar de recordar a quien fue mi gran maestra y mi querida amiga, Rosalía Conde, una de las personas que sin duda alimentó mi vocación literaria. Mis dos sobrinos mayores también estudiaron en el Pedro Poveda.

Este curso ha sido un final de etapa para mi hija, que acaba cuarto de ESO y deja el colegio. Ella se va del centro pero, como nos ha ocurrido a todos los miembros de mi familia, todo aquello que ha vivido permanecerá en su forma de entender la vida. Los finales suelen ser una mezcla de tristeza y de esperanza. Nos duele dejar los lugares y las personas que amamos. Nos inquietan los cambios. Nos da miedo enfrentarnos a situaciones nuevas. Sin embargo, empezar un nuevo ciclo vitae es un reto. Supone la oportunidad de escribir un nuevo capítulo y empezar de cero.

Quiero agradecer a los profesores que han acompañado a mi hija en su trayecto de la infancia a la adolescencia, a Josefina, Magdalena, Toni Reus, Inés, Fabio, Clara, su tutora, Coloma, Marga, Mateu, y tantos otros. Mi gratitud por su trabajo docente y su calidad humana. Quiero darle las gracias de corazón a su amiga Martina Limongi, que ya pertenece a nuestra familia. Y dar gracias también a la vida por la suerte de ofrecernos seres humanos buenos y nobles en el camino.