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En el verano de 2014 publiqué mi último artículo en esta sección, a la que yo llegaba puntualmente cada primero de agosto para ser la suplente de nuestro admirado y querido autor de las Oraciones. Tras este paréntesis tan largo, supongo que no quedaría mal decir que «es para mí un motivo de orgullo y satisfacción» volver a veranear en este recuadro. Pero no lo diré por lo ridículo de la frase, propiedad intelectual de un famosísimo personaje del Club de la Comedia. Sin embargo, es bien cierto que me alegra mucho volver a casa. Es verdad que ahora mismo no estoy muy entrenada –no estoy entrenada en nada, en realidad–, pero me esforzaré para coger el ritmo. Es lo que tiene regresar. Por no decir que una se acostumbra a todo con la soltura con la que nuestras abuelas hacían encaje de bolillos o nuestros hijos manejan móviles.

Y aunque estoy convencida de que ahora mismo lo mejor que puede hacer una en la vida es quedarse quietecita y abrir la boca lo menos posible (más que nada para no reventar como las cigarras), hay cosas que deben ser soltadas al viento para que no se te enquisten en la garganta. Yo es que soy muy propensa a la faringitis, tanto si es enero como agosto. Incluso con mascarilla, las pillo. De ahí deduzco que si existen tantos comentaristas, tertulianos, creadores de contenido y demás asistentes sociales es por la multitud de personas que padecen faringitis. Yo antes no solía tener tantas irritaciones de garganta (era más de anginas).

Pero las cosas han evolucionado tanto y a una velocidad tan feroz, que a veces no me queda más remedio que quitarme la mascarilla, tan pasada de moda ya, y largar. Si nadie te lee ni te escucha, tampoco pasa nada. Y por una razón muy simple: a nadie le importa un pimiento lo que opinen los demás. Ahora somos libres. O eso dicen. A mí me parece que, al contrario, todos somos clones, y que nos acostumbramos a todo con la misma pasmosa facilidad. Incluso a la famosa frase mencionada al principio. Así, pues, «es para mí un motivo de orgullo y satisfacción» haber vuelto a casa. Al final lo he dicho. Es que realmente, se ponga uno como se ponga, no hay nada como estar en casa. Solo me queda darles las gracias por acogerme.