Volví a la Setmana del Llibre en Català. Este año, después de siete, hice doblete: primero en el Moll de la Fusta en Barcelona; a los pocos días, en los jardines de la Misericòrdia en Palma. La experiencia fue similar en ambos casos. Entré en ambos recintos con la sensación de adentrarme en terreno conocido desde hace siglos, en aquellas zonas que un tiempo fueron de confort (los libreros, las parades donde se acumulan los volúmenes, la gente que pasea, los lectores curiosos, los que están por casualidad, los que buscan un libro desesperadamente). Ocupé mi lugar, preparé el bolígrafo y puse cara de póquer. El rostro del escritor que espera a sus lectores es un poema: preparas la sonrisa de bienvenida para que nadie se sienta cohibido. No se trata de alejar a los lectores, sino de animarles a vencer timideces y desconfianza. Sin embargo, a los pocos minutos de sonreír, te sientes algo tonta y buscas algo que hacer: un jugueteo de las manos en el móvil, una mirada al periódico que alguien dejó a tu lado, un revolver el contenido del bolso buscando cualquier cosa que te haga parecer ocupada.
Hacía siglos
Palma19/09/22 3:59
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