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Si es octubre, jueves y está próximo el último domingo del mes, sólo puede ser éste el artículo anual sobre el paso al horario de invierno. Y después del primer punto, se recuerda que hay dos artículos cada año sobre el cambio de horario. Uno, en marzo, cuando se aproxima el de verano; y otro en octubre, que es cuando asoma el de invierno. Si a estas alturas el artículo no ha aclarado que de lo que se trata es de situar el reloj a las dos cuando den las tres es que algo ha fallado. Eso, atrasar manecillas (o cambiar los instrumentos digitales que hacen esa función) es lo que toca hacer el próximo día 30. Y, a partir de ahí, es cuando el artículo sobre el cambio de hora puede derivar por jardines diversos e incluir guiños varios, ya sea a lo social, lo filosófico (siempre tirando al existencialismo) o lo meramente descriptivo. Lo que no puede faltar en ningún artículo sobre el cambio horario (y menos mal que la lectura de la novela La anomalía, de Hervé Le Tellier, que me prestaron el otro día, no me cogerá retrasando las manecillas del reloj) es una referencia a los viajes en el tiempo y la distorsión de los espacios. Tampoco está de más (pasada la mitad del artículo sobre el artículo del cambio de hora; sobre todo si se titula así el escrito del jueves) alguna referencia a la actualidad que recogerán las páginas meramente informativas del diario. Ejemplo, a la reivindicación de figuras del pasado (muy relacionado, por cierto, con el hecho de atrasar relojes) o a la proximidad de un nuevo ciclo electoral. Quizá estaría bien contar las horas que faltan para las elecciones. Claro que, para eso, hay que ser muy ducho en los números y en el cálculo. Y si encima, antes de las elecciones, hay dos cambios previstos de hora, te arriesgas a equivocarte y a que gente más capacitada te acuse de hacerle perder el tiempo de mala manera. Por eso hay que cambiar la hora cuando toca. Y no antes.