La gente sigue sorprendiéndonos. Las convicciones claras, la capacidad de luchar por lo que creemos, la defensa del planeta… ennoblecen a muchos jóvenes, capaces de moverse y organizarse para salvar al mundo. Sin embargo, ¿cuál es la línea que separa la defensa de unos ideales nobles del fanatismo absurdo? ¿Dónde está la frontera entre la lucha por salvar el planeta y la obcecación sin sentido?
Me sorprendieron las imágenes de jóvenes que se dedican a asaltar museos. Existe un movimiento de personas que van a los museos, escogen cuadros representativos e importantes de la historia del arte (se preocupan, afortunadamente, de que tengan un cristal protector) y les lanzan zumo de tomate, de naranja, o cualquier material que sirva para destrozarlos. Se trata de simular que destruyen el arte, bajo el lema de ‘arte o vida'.
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Palma31/10/22 3:59
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