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El malo malísimo de Todo va a mejorar, la distopía dentro de la distopía de Almudena Grandes, tiene una mansión en Mallorca desde la que, sentado en una hamaca, puede brindar con champán mientras mira el cielo y el mar. Almudena Grandes ya había incluido Mallorca en La madre de Frankenstein. Directamente –en Mallorca como refugio se prepara el desenlace– y de manera indirecta pero fundamental: la historia de la protagonista está marcada por la desbandá, el bombardeo de la población civil desde dos barcos, uno el crucero Baleares, con ignominioso monumento en Palma, aunque no se aluda a éste. Fernando Aramburu lleva uno de los momentos de Patria a Calvià, y lo hace coincidir con los dos últimos asesinatos de ETA en España.

Javier Cercas, en El castillo de Barbazul, sitúa a otro malo malísimo en Mallorca y, muchos años antes (aunque sin moverse de casa, donde escribía una novela tras otra), Julio Verne incluyó alusiones a Mallorca y Formentera en dos de sus historias, no las más conocidas. Eso sí, en Verne casi todo era anticipación. Mallorca es Turclub en Andrea Victrix, de Llorenç Villalonga, donde la clase principal estaría representada por camareros y hosteleros en un futuro (cuando escribió) marcado por el turismo. Quién sabe si el conseller del ramo pensaba en ese futuro, que ya es ahora, al nombrar directora general a la presidenta de una asociación hotelera.

Quién sabe si la piedra filosofal de la promoción de las Islas está en la literatura, de anticipación o no. Un anuncio presentaba el otro día a Balears como destino del futuro e incluía una frase que sugería viajes en el tiempo: «Viajaré a un destino que cuide de sus habitantes». Palma está llena de paradas de bus que anuncian la llegada del tranvía y, mientras llega, qué mejor que esperarlo con alguna de esas novelas que esconden Mallorca entre sus páginas. Eso es promoción.