A finales de 2020 nos sorprendió la noticia de la matanza de 17 millones de visones que vivían en granjas peleteras de Dinamarca, sacrificados porque se habían contagiado de una versión mutada del coronavirus y se temía el salto a los humanos. El tema sanitario era preocupante, pero a mí me agitó más la idea de que ese país tan civilizado –o al menos con un márketing tan fabuloso– criara a tan numerosa población de ese bicho que no sirve más que para hacer abrigos. Hoy nos salpica algo parecido, pero mucho más cerca. En Galicia. Allí, de nuevo en una granja de visones, los animales han contraído la gripe aviar supuestamente por contacto con gaviotas o algún otro tipo de aves acuáticas.
Los virólogos creen que este tipo de gripe –que ya ha obligado a sacrificar en Europa a cincuenta millones de aves de corral– representa ahora mismo el mayor riesgo de pandemia devastadora. Y se han puesto en alerta porque, dicen, este hecho demuestra que el virus salta con alegría de bichos que vuelan a mamíferos como nosotros. O sea, que estamos en peligro. De nuevo, la vertiente sanitaria de la noticia puede hacernos temblar –parece que hay alguien muy interesado en que no rebajemos el nivel de miedo–, pero a mí lo que me choca es que todavía existan personas capaces de calzarse un abrigo de visón.
Porque solamente en esta granja gallega morirán más de cincuenta mil animales, que de todas formas estaban destinados al sacrificio, a ser despellejados y convertidos en prendas de lujo para mujeres –mayoritariamente– de todo el mundo. Una cosa es ponerte el abrigo de visón que te heredó la abuela, pero seguir criando, matando y cosiendo bichos como ejercicio de moda, francamente, me parece inhumano.
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