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La noticia de que el Gobierno y el PP, representados por el señor Bolaños y la señora Gamarra, alcanzaron un principio de acuerdo para reformar la Constitución, aunque sólo el artículo 49 y ni un milímetro más, ya tiene varios días. Pero puesto que semejante prodigio inverosímil no ha merecido aplausos, ni apenas comentarios (¡Un principio de acuerdo!), y este atisbo de reforma constitucional ha pasado desapercibido entre la indiferencia general, por obligación que no por gusto tendré que decir algo sobre tan fenomenal logro. Un principio de acuerdo entre PSOE y PP (¡Cuca Gamarra!), aunque esmirriado, es un acontecimiento excepcional, y merecería ser celebrado como el milagro de las bodas de Caná, o la apertura de las aguas del Mar Rojo, no vaya a ser que se frustre en el último minuto. Cierto que se trata de una reforma microscópica de índole meramente gramatical, a fin de sustituir en ese artículo 49 el término ‘disminuidos’ por ‘personas discapacitadas’, pero no deja de ser un principio de acuerdo, y con los años que llevamos esperando reformas constitucionales, algo es algo. Tampoco es que entienda muy bien, y eso que soy puntilloso en cuestión de palabras, cuál es la diferencia entre disminuido y discapacitado. Recuerdo que yo soy sordo desde niño, y feliz con mi grave disminución auditiva, hasta que de pronto un día pasé a ser persona sorda discapacitada, y ya entonces no entendí la ventaja de semejante chorrada léxica. Cuestión de modales, me temo, porque cualquier discapacidad es disminución, y tengo varias peores que la auditiva. No medir siete pies, por ejemplo, como un pivot de la NBA, o no poder correr cien metros en diez segundos, ni saltar 18 en triple salto. Cosas así. O no tener un cerebro como el de Sherlock Holmes, ni siquiera como el de Einstein, una discapacidad (disminución) de lo más corriente. Y como con los años sigo disminuyendo, intelectual y físicamente (se pasmarían de lo que tardo en recorrer cien metros), y esto sólo puede acabar en muerte por incapacidad total, pues la verdad, me la sopla cómo lo llame la Constitución. No diferencio esos términos. Pero si es cuestión de formas y modales, pues estupendo, bienvenida la reforma. Irrelevante, pero extraordinaria; mínima, pero histórica. ¡Nada menos que un principio de acuerdo!