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Las pequeñas y medianas empresas tienen cada vez más dificultades para sobrevivir. Clientes y administraciones públicas les exigen cada vez más y no dan más de sí. Es imposible competir con multinacionales que cuentan con muchos más recursos para externalizar o deslocalizar, digitalizar, mejorar la atención al cliente y el marketing, negociar mejor con proveedores, adaptarse a todas las exigencias normativas, aprovechar subvenciones y tener canal directo con los poderes públicos, entre otras facilidades.

Xisco Ramis, presidente del Il·lustre Col·legi Oficial de Titulats Mercantils i Empresarials de Balears (Cotme), explicaba en una reciente entrevista en El Económico que Hacienda es otra piedra en el camino. Criticaba que cada vez se establecen más obligaciones para hacer aflorar la economía sumergida y aumentar la recaudación fiscal que, aunque difícilmente lo consiguen, afectan negativamente a la viabilidad de muchas empresas. «La economía se está globalizando mucho y las multinacionales se están comiendo a la pequeña empresa. Se debería defender a las pequeñas empresas, pero con este sistema lo que se hace de alguna manera es agravar su situación», mencionaba.

El profesor Antoni Riera, director técnico de la Fundación Impulsa, ha explicado en alguna ocasión que las microempresas tienen características como la flexibilidad o la cohesión del territorio que es importante preservar y, en consecuencia, es deseable que las grandes empresas hagan de tractores y extiendan su conocimiento para que las pequeñas puedan utilizarlo y beneficiarse de las inercias.

Y el hotelero Jaume Horrach describió sin pelos en la lengua, también en la Tribuna de El Económico, la impotencia que siente como empresario por haberse convertido en una gestoría por imperativo de las diferentes administraciones públicas. En un alarde de sinceridad, relata el volumen ingente de burocracia que tienen que llevar a cabo para poder operar, al margen de obligaciones fiscales, contables y laborales. «Actividad productiva o retorno de todo ello: ninguna, cero, nada», remata.

Estoy convencida de que existe el punto de equilibrio entre la seguridad jurídica y la parálisis, entre simplificación administrativa y acracia, entre la recaudación fiscal progresiva y la confiscatoriedad, entre la incorporación de medidas de igualdad, sostenibilidad ambiental, convivencia con el entorno social, vigilancia del cumplimiento de la normativa vigente… y la posibilidad real de los empresarios de poder llevar a cabo una actividad económica, tener vida propia, ganar un margen razonable y generar bienestar a su alrededor. Necesariamente, este equilibrio pasa por observar todo el sistema en conjunto y crear uno nuevo.