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El miércoles pasado, Día de la Mujer (tanto si trabaja como si no), tentada estuve de no levantarme de la cama, teniendo en cuenta la que nos iba a caer encima. Como mujer que soy, me jode mucho que tengamos un día, la verdad. Supongo que esto no cabrá en la cabeza de las mujeres feministas reivindicativas y luchadoras, que son todas. Pero el hecho de pertenecer a una simple y penosa categoría no me gusta nada. Prueben, si no, a buscar el día de lo que sea y verán que existe. Por ejemplo, ¿existe el Día del Ajo? Sí, el 19 de abril. Y qué decir del Día de la Patata Frita, el 20 de agosto. O del Día Mundial del Retrete, el 19 de noviembre. Hagan el experimento. Piensen en cualquier cosa y busquen su día. Seguro que existe o está a punto de existir, como el futuro Día del Tomate, el 15 de octubre. En fin. Pero esto no es lo peor. Lo peor es que las mujeres feministas reivindicativas y luchadoras llevan ya semanas demostrando su importancia y reclamando sus derechos. ¿Cómo? Despelotándose. Increíble. ¿Acaso no llevan décadas quejándose de ser consideradas solo como objetos? ¿Qué mierda hacen estas mujeres entraditas en años correteando en pelotas por la playa? Vergüenza me da ser mujer, en serio. Por favor, que no digan que dan voz a las mujeres, ni que nos representan, ni que se trata de una lucha común. Es mentira. Por si fuera poco, están convencidas de que han conseguido «visibilizar la figura de la mujer y su lucha interminable». ¿Enseñando el culo? No doy crédito a tanta estupidez.

Bueno, al final no me quedé en la cama. Simplemente me hice la distraída y procuré pasar el día como si nada. Aunque fue difícil. En fin.