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Siempre he querido ser supersticioso, o muy supersticioso. Hace el mundo más interesante, ameno y misterioso, y es una forma asequible de ser pagano, esa vieja religión en la que los dioses son unos cabrones sin escrúpulos, y lo son abiertamente, porque sí, no como en los credos monoteístas aún en vigor, que hacen lo mismo con disimulo y delegando. Siempre añoré ser supersticioso, pero jamás    lo conseguí, ni siquiera por aproximación poética. Por falta de credulidad, exceso de información y un carácter inadecuado. Soy jodidamente razonable, y aunque mi racionalidad me aburre y tampoco me la creo mucho, me inhabilita para disfrutar supersticiones molonas. Lo que da o no da suerte, la existencia de genios, gigantes, demonios y pócimas de escamas de dragón molidas, la felicidad que propicia un teléfono móvil 5G. Porque las supersticiones modernas y actualizadas, como los brujos de las finanzas, la tecnología, el progresismo, el capitalismo neoliberal, la misteriosa mano invisible del mercado, el índice Dow Jones, el PIB, el imperio de la ley y demás supersticiones por el estilo, son cosas que no hay quién se crea. Antes creería en las hadas, como Conan Doyle, que en el dato de la inflación subyacente, y son mucho más verosímiles los vampiros y los espíritus malignos que los tipos de interés. Probablemente, nunca hubo tantas supersticiones culturales como ahora, ni tantos capullos supersticiosos bajo el imperio de las cifras mágicas. De pérdidas y ganancias, de déficit público, de audiencias, de ventas, de crímenes, de expectativas, de temperaturas, de tuits. De cuánto tiempo nos queda. Los datos también suelen ser una superstición, igual que la inteligencia artificial, y de las gordas. Economía y filosofía se han vuelto enormemente supersticiosas, y qué decir de la psicología, esa superstición masiva. En fin, que vaya mierda, las supersticiones de nuestro tiempo. Y sin el menor encanto poético, sin alegorías ni metáforas. Cómo vas a compararlas con las Moiras, tejedoras de los hilos del destino, o los Dybbuk, espectros errantes hebreos que poseen a la gente. Si no logro tener auténticas supersticiones por más que me afane, cómo voy a creerme estas chorradas.