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Ana Obregón, madre de una niña por gestación subrogada en Miami» ha sido el titular de la semana. Su posado, pillado o no, saliendo en silla de ruedas con ‘su bebé’ en brazos ha sido la imagen icónica del mercado que hay detrás de los vientres de alquiler, que no son otros que el de las mujeres pobres. Que la mujer rica, blanca, occidental, mayor escenifique su curación por la pérdida de su hijo tiempo atrás saliendo como si hubiera acabado de parir no me extraña nada. Los que la hemos visto verano tras verano en el inicio de sus vacaciones en Mallorca, en sus posados en bikini con maletín de piel, en la orilla de la playa, sabemos que estamos asistiendo a una nueva salida a escena de Ana.

Probablemente la mejor de su vida. Ni la compasión por la pérdida de tu hijo me hurta sentir náuseas ante la noticia en sí y todo el mercadeo que se está fraguando alrededor de la vergüenza que es el comercio de los vientres de alquiler o, como bien expresa Silvia Federici, «el paradigma de la concepción capitalista de las relaciones sociales».

Ha querido que esta misma semana de gestación publicitaria de una de las grandes hipocresías alrededor de la utilización del cuerpo de las mujeres haya estado en Palma una de las voces preclaras del feminismo anticapitalista, Silvia Federici. «Mientras las personas que la defienden la presentan como un gesto humanitario, un regalo de vida que permitirá vivir las alegrías de la crianza a las parejas que no pueden concebir, la realidad es que son las mujeres de las regiones más pobres del mundo las que suelen asumir esta tarea y que la gestación subrogada no existiría si no conllevase una compensación monetaria», apunta Federici en Ir más allá de la piel.

De la mercantilización del cuerpo de las mujeres y de las niñas y niños nacidos como objetos que se pueden transferir, trasladar, vender, comprar, devolver y también acabar en un limbo en el que también se mercadea con sus órganos, no se habla en esos foros de la prensa del corazón, solo atenta al dolor de los ricos que ya sabemos que también lloran.

Se me revuelven las carnes cuando observo la mezquindad de algunos políticos en este país que se están planteando dirimir si legalizar una práctica que, por fortuna, en España, está prohibida. Otra cosa es que el mismo país que prohíbe la gestación subrogada, acabe registrando al hijo nacido del mercadeo. En el complejo mapa de estos viajes en busca de una mujer pobre que ceda su útero durante el embarazo y después dé a luz por cesárea, algunas de ellas en las llamadas ‘granjas de bebés’, habría que denunciar este esclavismo de laboratorio que toma forma en el cuerpo de las más débiles: mujeres, pobres, atemorizadas, esclavas. En esto nada ha cambiado la era del alumbramiento de laboratorio porque quien acaba pariendo una nueva vida es una mujer. Un mundo desigual permite que sea enajenado para satisfacer la necesidad de ser padres y el deseo de ser madres, aunque tengas edad de ser abuela.