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Qué motiva que una empresa invierta en un territorio o se traslade a otro para seguir su actividad? Varios son los factores; apuntamos seis en concreto:

1. La renta de situación, es decir, que el territorio tenga claras ventajas de localización geográfica y/o económica: buenas comunicaciones.

2. La proximidad de primeras materias e inputs necesarios para la producción de la empresa en cuestión.

3. La existencia en el territorio de inversión de un capital humano que facilite y articule la actividad empresarial, con avances en la productividad.

4. Las ventajas fiscales.

5. La existencia de un mercado de trabajo flexible, con costes laborales unitarios bajos: productividad laboral baja pero altos beneficios por bajos salarios.

6. La laxitud normativa en los campos laboral y ambiental: mayores permisividades de des-regulación.

De estos seis puntos, el 4 es el que resulta sin duda más atractivo para empresas que operan en una economía avanzada y quieren trasladarse a otro país de igual o superior perfil. En el caso de las economías más desarrolladas de Europa, resulta difícil (e improbable, a no ser que exista un objetivo claro de desprestigio) argumentar dos factores: inseguridades jurídicas; y proximidad a otros mercados para acceder a ellos desde una perspectiva de alcanzar nuevos contratos, nuevos proyectos, mejores cotizaciones. En ambos casos, las características de la UE son suficientemente flexibles y, a la vez, determinantes para eludir cualquier pretexto que se ponga en la dirección de justificar un movimiento trashumante de las empresas. Por dos motivos:

a/ La seguridad jurídica está afianzada en el marco de la eurozona, como mínimo en los países con mayor capacidad económica. Es evidente que las normativas pueden variar de una nación a otra; pero la tranquilidad jurídica preside las coordenadas de esas relaciones.

b/ La accesibilidad a otros mercados no resulta convincente, toda vez que, con las nuevas tecnologías, las empresas tienen un gran radio de acción para captar inversiones, demandas, financiación y, a la vez, canalizar sus productos y proyectos, hasta cotizar en bolsas extranjeras.

Es indudable que en una economía de mercado las empresas pueden moverse, en función de sus intereses. Y, entre estos, las menores cargas fiscales constituyen un innegable acicate. La búsqueda de menores presiones fiscales acentúa la voracidad de las empresas que velan, sobre todo, por sus accionistas, al margen completamente del contexto económico y social en el que esas empresas forjaron sus inicios, afianzaron sus carteras y, finalmente, triunfaron.

Los estudios microeconómicos pueden determinar, a partir de información detallada, cómo se han ido gestando los balances de situación de las empresas. Posiblemente, las lecturas no serán entonces unidireccionales. Pero no abordar los beneficios fiscales –y laborales y de aplicación jurídica: normas menos regularizadas– como elementos centrales en el movimiento de las empresas, arguyendo inseguridades que no existen u otros pretextos, constituye un ejercicio equívoco, cínico y poco realista.