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Ana Obregón ha vuelto a sorprender planteando dilemas morales y sacudiendo nuestras conciencias con la obtención de una niña mediante el alquiler de un vientre. La nueva madre tiene 68 años. En las adopciones se exige que la diferencia de edad entre padres adoptantes y niño adoptado no supere los 45 años. Por tanto, difícilmente puede adoptar esta niña en España. Y además dijo: «Ya no estaré sola nunca más», aludiendo a su situación tras la muerte de su hijo. Es decir, parecería que «ha encargado» una niña para ella. La singularidad del caso es que la madre es abuela al mismo tiempo, ya que se ha utilizado el esperma de su hijo fallecido, aparentemente, cumpliendo la voluntad de éste. Esta circunstancia plantea un conflicto jurídico importante no siendo el hereditario el menor. Por otra parte, el esperma de un fallecido solo puede utilizarse dentro de los doce meses siguientes al fallecimiento para las técnicas de reproducción asistida. El hijo fallecido tenía pareja. Esta persona sería la única que podría solicitarla. Obregón no podía disponer a su antojo del esperma de su hijo para ser madre «legalmente» de su propia nieta. Es tan delicado que en Francia, Italia y Alemania está prohibida la reproducción asistida post mortem.

La tragedia de Obregón con la pérdida de su hijo es inmensa, pero eso no debería dar pie para un procedimiento éticamente muy discutible. El uso de vientres de alquiler, en general, me parece un acto de egoísmo que mercantiliza la maternidad y cosifica al bebé, más allá del estigma que pueda llevar de por vida el niño así engendrado.

El artículo 3.2 de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea dice que «en el marco de la medicina y la biología se respetarán en particular… la prohibición de que el cuerpo humano o partes del mismo en cuanto tales se conviertan en objeto de lucro». El alquiler de un vientre para gestar con el esperma de una persona fallecida es un problema muy serio. Las connotaciones altamente emotivas no deben hacernos olvidar la transacción económica que hay detrás. Aquellos que argumenten la libertad absoluta de las mujeres para hacer con su cuerpo lo que quieran (como en el caso de los vientres de alquiler) tendrían entonces que plantearse la aceptación del derecho a la prostitución. Moralmente diferente, pero no legalmente.

La ciencia avanza a tal velocidad que algo que era impensable hace muy poco tiempo, ahora es realizable científicamente y nos confronta con dilemas que parecían impensables. Si en el campo de la ciencia se impone el sentimentalismo sobre la ley o la técnica sobre la ética, el futuro de la humanidad es muy incierto.