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Apoco más de dos semanas para las elecciones, parece ya claro que, junto con la supuesta desmovilización de parte del electorado de izquierdas, la clave pueda estar en el reparto de votos entre las opciones del centroderecha.

Con unos pronósticos tan ajustados como los que presentan la mayor parte de los sondeos, tanto en Palma, como en el Parlament y el Consell de Mallorca, puede que unos pocos miles de sufragios –en Ciutat, quizás unos cientos– decidan el futuro político de los próximos cuatro años. Y, a diferencia de otras convocatorias, lo más relevante quizás no sea el trasvase de votos de la izquierda a la derecha –propio del desgaste del Pacte tras ocho años con una gestión con muchas más sombras que luces–, sino el comportamiento cualitativo del votante de centroderecha, es decir, en cómo esa mitad aproximada del electorado distribuye sus votos.

Cuanto mayor sea la diferencia porcentual de la primera opción –lógicamente, el Partido Popular– con relación a las demás formaciones de esa porción del abanico político, más posibilidades existen de que la izquierda sea desalojada de las instituciones. En cambio, cuanto menor sea ese diferencial entre la primera y la segunda fuerza centroderechistas, más cerca tenemos un Pacte 3.0.

Además de la distancia entre PP y Vox, otro elemento esencial serán los votos llamémosles ‘perdidos’, es decir, los que acumulen formaciones del centroderecha que no vayan a obtener representación. Palma es quizás el ejemplo más claro de este efecto. En Ciutat, ni Ciudadanos ni tampoco el PI –no digamos ya otras opciones del centroderecha– tienen la más mínima posibilidad de obtener representación. Sin embargo, ambos partidos rondan, en las encuestas, el tres por ciento de sufragios, muy lejos de la barrera que da acceso a un escaño, pero, en términos absolutos –unos seis o siete mil votos en total–, un número que, de no malgastarse, podría asegurar el vuelco político en todas las instituciones.

Obviamente, desde el punto de vista democrático igual de legítimo es un voto que otro, de eso no existe duda. Pero, suponiendo que el objetivo común de todos los electores del centroderecha sea relevar a José Hila y sus socios –que piden banquillo a voces–, lo cierto es que elegir una opción u otra pudiera ser fatal para la consecución de ese objetivo.

En el Parlament, y en menor medida en el Consell, la situación es parecida, aunque con matices. Si bien Cs está muy lejos de poder salvar su mera presencia en ambas cámaras, no ocurre lo mismo con el PI, que roza los mínimos en casi todos los sondeos, de forma que puede que obtenga representación, pero también puede que no.

Sin embargo, la ambigüedad de los regionalistas con relación a si quieren o no el cambio de tendencia política no les favorece en absoluto en los pronósticos. Muchos antiguos votantes de ese espectro me confiesan que optaran por el voto útil a los populares debido a que tienen serias reticencias acerca de la voluntad de pacto de Pep Melià, por más que repita una y otra vez que puede pactar con PP o PSIB, pero con exclusión de los extremos.

Mi duda es si Melià integra a Més en esa lista negra, habida cuenta de la confusión ideológica cada vez mayor entre los de Apesteguia y la izquierda más radical y antisistema.