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Sólo un exceso de soberbia permite explicar que Pedro Sánchez haya convertido la campaña de las elecciones municipales y autonómicas en un plebiscito personal aun cuando pueda resultar letal para las pretensiones de los barones regionales más interesados lógicamente en el balance de sus propios mandatos. De hecho, algunos de los dirigentes socialistas que han de rendir cuentas el día 28 prefieren no tener cerca a su secretario general, hasta el extremo en algún caso de disimular las siglas, con la excepción de Francina Armengol, a quien no parece preocuparle que a Sánchez le persigan los abucheos y los asistentes a sus mítines deban hacerlo con el DNI en la boca.

El Consejo de Ministros se ha convertido en mera caja de resonancia de los actos electorales de Sánchez. A las viviendas por cientos de miles, le han sucedido los anuncios de avales para la adquisición de esas viviendas, partidas millonarias para la Formación Profesional, bonos para viajar por Europa y España para los jóvenes y hasta dinero para los agricultores, por la sequía. De un tiempo a esta parte las arengas del presidente se transforman en acuerdos del gobierno de España, ante el silencio de la Junta Electoral. Aunque la convocatoria de elecciones se restrinja a municipios y algunas autonomías es difícilmente digerible la sucesión de reclamos electoralistas del gobierno. Por mucho menos, la publicidad de la semana laboral de cuatro días, Armengol ha sido reprendida por las autoridades electorales.

Después del auge y caída de la nueva política, que decían representar Ciudadanos y Podemos, se han perdido hasta las formas y las tribunas públicas de la Moncloa y del Consolat son el patrón del uso sectario de las instituciones, razón por la que al menos la portavoz de Sánchez ha sido severamente amonestada. En este contexto, Francina Armengol no ha tenido miramientos en someter a su autoridad a la televisión pública de Baleares para adecuar el encuentro de los candidatos, llamar debate a una sucesión de monólogos sería una temeridad, a sus particulares designios, asestando el descabello a la neutralidad exigible a un medio de comunicación sostenido por los contribuyentes, cuya credibilidad ya venía seriamente tocada. Se malogró la oportunidad del cara a cara Prohens-Armengol, que habría podido tener algún interés, sin que se hayan explicado suficientemente las causas, como no sea por el temor de la presidenta a perder la ventaja que entraña su actual posición. Ha sucedido algo parecido en otras autonomías, tanto populares como gobernadas por socialistas: en Extremadura, Fernández Vara no ha parado hasta conseguir la emisión de un único debate a once el mismo día que hay partido de fútbol europeo, con tal de diluir las posibles pifias. Confían más en la propaganda que no en la comparación de ideas y propuestas.

Al final, del cariz impuesto por el presidente a la campaña se desprende que votar a Francina Armengol es hacerlo por Pedro Sánchez, de forma que la pretendiente balear carga con la pesada mochila del presidente, en la que se amontonan las alianzas peligrosas con sus incumplimientos y sus mentiras. Aunque poco le importa, el único objetivo es él mismo y sus expectativas para las siguientes elecciones generales. Y Armengol no se queja.