También debemos mentir cuando los turistas nos preguntan, a pesar de nuestros intentos de disfraces, cuál es la mejor cala, la playa de arena más blanca, el restaurante en el que sirven buen pescado, o cualquier dirección. Nos hacemos los despistados o los ignorantes, y callamos como muertos. No damos pistas. Mallorca está ocupada, no es necesario dar detalles. Alguna vez tenemos la tentación de recordar lo que nos enseñaban en la escuela: «¿qué es una isla? Un pedazo de tierra rodeado de mar por todos lados». Esto es, un territorio limitado.
Desde que existe Google Maps, todo ha ido muy mal. Antes teníamos rincones secretos, sitios inaccesibles, espacios aislados de la vorágine turística. Todo esto ha terminado. Internet también nos ha hecho la puñeta. Ahora debemos pedir hora en los restaurantes una semana antes, si queremos encontrar mesa. Las tiendas que nos gustan, alejadas de los sitios más turísticos, ya no son nuestras, sino que han sido invadidas por aquellos locos del norte, que se han enamorado de una isla. Y suerte aún si gastan. Son mucho peores los que ensucian, degradan el territorio y, además, vienen con la pulserita del «todo incluido». Quienes, cuando se detienen en un bar, comparten entre cuatro una cocacola, piden que haya muchos cubitos de hielo, y sorben sin parar, como trompetas sonoras, durante las dos horas que ocupan una mesa. ¿Qué quieren que les diga? Ya no es cuestión de disfraces: tenemos el alma pirata.
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Viva la exageración. Nadie escribe desde la responsabilidad. Sólo desde el interés propio. Felicidades.