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El ser humano lleva el nomadismo en su ADN. Desde que apareció, siempre ha avanzado, en cualquier dirección y en todas. En busca de caza, de pastos, huyendo de la guerra, de la sequía o para establecer nuevas relaciones comerciales o matrimoniales. El mundo es enorme y todo él ha sido conquistado por el humano, a pesar de las condiciones muchas veces dificilísimas para la supervivencia. Esa naturaleza intrínseca es complicada de revertir. Las fronteras artificiales creadas por convencionalismos derivados de las guerras y las ambiciones económicas y políticas nunca podrán contener las necesidades básicas de las personas. Es imposible. Como poner puertas al campo, al cielo o al mar. Levantarás muros, excavarás trincheras o colocarás concertinas, pero todos los obstáculos serán saltados, antes o después. Lo curioso es que gran parte del mundo desarrollado ahora mismo vive una emergencia laboral por falta de mano de obra. La cantidad de habitantes censados no basta para cubrir todos los puestos de trabajo que se requieren para dar el servicio que todos pedimos. Y, sin embargo, los muros y las alambradas son cada vez más altos, más fuertes, más afilados. Ahora el mandatario americano Joe Biden nos apremia para que acojamos en España a los inmigrantes que a él le sobran. Francia pone barreras para que los que atraviesan España camino de su territorio no entren y se queden entre nosotros. Nosotros presionamos a Marruecos para que asuman a los que pasan por su tierra con la intención de acceder a Europa. Nadie quiere a quienes llaman a su puerta. Y todo ese esfuerzo represor, ¿para qué? Seguirán llegando y terminaremos por agradecerlo. Porque solo así tendremos los trabajadores que necesitamos.