Sin embargo, algunos niños llegan a fumar tabaco barato, mezclado con matalahúga o sin mezclar, envuelto en papel de periódico o en una pipa de caña. La fiesta tiene un origen incierto. Hay quien recuerda la relación existente entre el tabaco y las divinidades primitivas de América para explicar que se trata de un viejo ritual de iniciación religiosa.
En estos tiempos en los que no necesitamos licencia para nada las cajetillas de tabaco ya avisan: «Fumar mata». Pero no dicen nada de la Virgen fumadora. En nuestra sociedad occidental hemos divinizado curiosas costumbres. Hemos convertido el solsticio de invierno en Navidad y el de verano en las fiestas de San Juan. Y el ritual de Arenys de Mar en la Virgen fumadora.
Yo recuerdo que en los años cincuenta y sesenta se daba un cigarrillo a los niños cuando había un banquete de boda. Muchos niños y aun niñas aprendieron a fumar así. No había conciencia de que el tabaco fuera perjudicial, y las cajetillas no ponían nada. Ni siquiera advertían que el tabaco rubio era a menudo de contrabando. Y Sarita Montiel cantaba que fumar es un placer genial, sensual en la canción Fumando espero. Por cierto que a ese tango la censura le eliminó una estrofa que decía: «Tras la batalla en que el amor estalla, un cigarrillo es siempre un descansillo y aunque parece que el cuerpo languidece, tras el cigarro crece su fuerza, su vigor». No estaba bien dar ideas, no fueran a agujerear las sábanas con el cigarrillo. Hoy en día, en lugar de sacralizar o prohibir, tendemos a decir que es perjudicial. De este modo, el que quiera fumar se arriesga a morir de cáncer de pulmón, de insolación en verano o de pura pulmonía en invierno, a base de fumar en la acera. O bien tiene que viajar a Arenys de Mar para fumar el día de la Virgen fumadora sin tener que subir al cielo.
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