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Acaba de publicarse la traducción al español del libro Auge y caída del orden neoliberal (editorial Península) del muy respetado historiador norteamericano Gary Gerstle. El autor sostiene que en el mundo actual el modelo neoliberal surgido en el siglo XX y que debería haberse fortalecido tras la desaparición del bloque comunista, está ahora desmoronándose tras la crisis económica del 2008, la pandemia de la COVID y la guerra de Ucrania. No es el único, también lo afirma el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz.

El punto clave es que la religión de la mayor eficacia y mejor gestión de los mercados por el simple juego de la libertad de comercio y de empresa se está sometiendo a dudas profundas porque los estados se preguntan, en un mundo globalizado, como dar mayor seguridad a sus ciudadanos y como abastecer mejor el mercado para las necesidades primarias de la población.

Si el 75 % de los chips mundiales se fabrican en China y Taiwán, ¿cómo garantizar su producción en caso de conflicto, nada descartable por cierto? ¿No deberían los estados intervenir para asegurar la producción en un entorno político más favorable, aunque haya que subvencionar a las empresas? Es solo un ejemplo. Tenemos más. ¿Cómo asegurar el suministro de energía a Europa en medio de la guerra desatada por Rusia contra Ucrania? O incluso, ¿cómo asegurar que la producción agrícola ucraniana llegue a sus destinatarios?

Los grandes países empiezan a preguntarse si no ha llegado la hora de dudar de la «bondad» de las grandes empresas en su gestión de los mercados. Se plantean intervenir abiertamente, no ya por necesidad económica sino de seguridad en sentido amplio. El orden neoliberal ha funcionado y en muchos casos ha sido un éxito rotundo pero simplificando, «las grandes empresas ya no son de fiar». No estoy hablando de un retorno al nacionalismo económico del New Deal ni mucho menos de intentar un modelo de economía planificada estatal como el que practicaron los países comunistas. Pensemos en la revolución tecnológica. Hasta hace dos días creíamos que todo lo que representaba era beneficioso para la humanidad y se movía en la senda del progreso. No se dudaba de los beneficios de Amazon, Facebook o Google.

Con los últimos desarrollos de la inteligencia artificial empezamos a dudar de la sensatez de dejar en manos privadas la configuración del futuro de la humanidad.

En este río revuelto, los políticos populistas llevan las de ganar. Habrá que buscar algún tipo de equilibrio para que la economía basada en el libre mercado pueda seguir siendo esencial y al mismo tiempo, aceptar que el Estado va a tener que ser más intervencionista de lo que lo ha sido en los últimos 40 años. Se admiten propuestas.