TW
0

Es la última frontera de los ismos que nos asolan desde hace milenios. El edadismo es la discriminación por razón de edad. El desprecio a la vejez, al deterioro físico que conlleva, el orillar fuera del foco a quienes lucen canas, arrugas, flacidez y, quizá, cierta confusión mental. Por un lado la ciencia médica y el negocio geriátrico nos animan a vivir cien años y a hacerlo con plenitud. Algunos políticos plantean que, con la privilegiada esperanza de vida de la que gozamos en España, sería tan natural alargar la etapa laboral hasta los setenta, incluso los setenta y dos años. Otros, por suerte, todavía creen que a esa edad lo que merecemos es descansar. Actrices famosas se rebelan contra la tiranía estética y muestran su cabellera plateada –no nos engañan, siguen siendo esclavas de la peluquería–, algunas incluso reivindican la naturalidad del proceso de ganar kilos y lucir barriga sin tener que encorsetarse cada vez que te exigen enfundarte en un vestido sexy. Porque, eso sí, jóvenes o viejas –incluso niñas, qué asco– a las mujeres se nos presupone que debemos ser sexis en todo momento. El edadismo ha salido a flote como la mierda cuando una señora de 67 años, famosilla televisiva de tres al cuarto, ha publicado en sus redes sociales una foto en la que toma el sol en la piscina sin la parte de arriba del bikini. No muestra nada sensible, pues se cubre con las manos, pero ahí está su cuerpo casi desnudo a la vista de millones de personas. Los comentarios no tienen desperdicio y dejan constancia de lo profundamente enfermos que están muchísimos hombres. Alguna mujer también. Con lo saludable que es contemplar a quien sea hacer lo que le dé la gana, con su cuerpo, con su imagen, con su vida. Pero para eso hay que ser, ante todo, inteligente.