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Decía la letrilla: «A cantar a una niña yo le enseñaba y un beso en cada nota ella me daba. El nombre de las estrellas saber quería y un beso en cada nombre yo le pedía. Qué noche aquella en que inventé mil nombres a cada estrella. Llegó la aurora y ella decía: lástima que no haya estrellas también de día. Y aprendió tanto, que de todo sabía... menos el canto».

Aconteció la democracia en mi país y, antes, el Mayo francés. ¡Qué aulas aquellas de los años 70! Sustituimos libros de texto por discos de 45 rpm, pizarras por guitarras, programación por intuición. Nos suscribimos, sin haber leído el prospecto, al movimiento contracultural chino. En las clases, con mucho imagine, a diario machacamos el diguem no mientras un blowin'in intentaba tumbar una estaca; la ambición más hippy era la peace y el love, y la más happy era comprar moda blanca en Ibiza, chapucear el english, citar ora a Sartre ora a Marcuse, y susurrar moi non plus.

Anteayer, aquel profesor de coro, que tanto, en clase, aprendió a besar, enseñó tanto a la niña, que la niña de todo supo… menos el canto. Me pregunto si aquellos profes que ayer fuimos enseñamos en clase tal cantidad de cosas varias, que ellos, nuestros alumnos, en tal singladura, de todo aprendieron… menos la asignatura.