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Si la dirección de Vox confiaba en que los aires cálidos del estío disiparían las nieblas de crisis, de nuevo ha errado el pronóstico. La insistencia de las últimas semanas en mantener que la salud del partido está mejor que nunca consolida la certeza de que la herida causada por el desastre electoral de las generales es más profunda de lo que se ha querido aparentar.

No hay razones para dudar de que los motivos personales aducidos por el que fuera portavoz parlamentario de Vox, Iván Espinosa de los Monteros, para explicar su abandono de la política sean ciertos, aunque se trata de un recurso escuchado siempre en situaciones como ésta y por manido lleva a pensar en razones de carácter marcadamente político. De hecho, durante la campaña electoral del 23J el mismo Espinosa habría señalado reiteradamente que las cosas no se estaban haciendo bien. Luego, la negativa de Juan Luis Steegman a ocupar la vacante en el Congreso que deja el ex portavoz espesaba la bruma. Los politólogos se refieren a la exclusión del sector liberal del partido, aun cuando el concepto liberal y Vox sea un rotundo oxímoron.

El viraje de Vox hacia posiciones más ultramontanas habría comenzado con la elaboración de las listas electorales y la purga de nombres como los de Víctor Sánchez del Real, Rubén Manso o José Luis Sánchez, perfectos desconocidos más allá de los cerrados círculos políticos y periodísticos especializados. Uno de ellos, Sánchez del Real, ha ejemplificado la deriva de su partido: «No puede ser que cambies la fórmula de tu bebida y la vendas en otro envase y al vender menos eches la culpa a la competencia». En una estructura férreamente vertical como la del partido de Santiago Abascal (nada se mueve sin su consentimiento), algunos cargos provinciales se han atrevido a susurrar al oído de los periodistas la necesidad de un congreso de refundación para determinar el futuro de la organización y lo han hecho casi desde la clandestinidad, sabedores de que cualquier voz crítica choca irremediablemente con los estatutos y supone la expulsión. En Baleares hay constancia de las maneras con las que se desenvuelve Vox: cuando el conflicto por el control de la formación entre Fulgencio Coll y Jorge Campos, en el umbral de preparar las candidaturas, ambos se encomendaron a Madrid sin margen alguno de maniobra en su estructura territorial.

El nuevo hombre fuerte de Abascal, el exfalangista Jorge Buxadé, que asegura estar arrepentido de haber militado diez años en el PP, está orientando el partido hacia actitudes más berroqueñas en materias de carácter social, léase antifeminismo, inmigración, homofobia, con toques de integrismo católico, aderezado todo ello como guerra cultural. Tal parece que Vox no se conformara, como partido minoritario, con ser la muleta del PP y pretendiera transformarse en una organización de poder en la misma senda que la extrema derecha italiana o húngara o polaca. Mientras, la responsabilidad por la pérdida de 600.000 votos y 19 diputados se achaca a los medios y por supuesto al PP, cuando lo cierto es que solo la concentración del voto del centro derecha en una sola opción, la mayoritaria es la de Feijóo, podrá impedir el gobierno de la alianza del PSOE con la extrema izquierda y los independentistas.