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Cuando era pequeña, Francina Armengol jugaba al juego de la Oca. Siempre nos ganaba. Tenía una amiga que nos decía que Francina hacía trampas. Tengo que confesar que nunca le pillé saltándose las reglas del juego. Pero ganaba. Siempre ganaba. No sé cómo lo hacía. Elegía la ficha amarilla, no la roja. Cogía los dados con las dos manos y los lanzaba al aire. ¡Seis doble! Gritaba con una sonrisa inmensa llena de felicidad. Nadie se atrevía a decirle nada. Los dos seises estaban sobre la mesa. Siempre igual. Así siempre ganaba. Aun cuando perdía, en realidad, ganaba. Cuando caía en la casilla de la muerte, volvía al principio y en tres minutos había resucitado. Siempre se saltaba la casilla de la cárcel porque caía en la de la Oca. De Oca a Oca y tiro porque me toca.

Hay políticos que nunca mueren, como en el oeste. Son los que saben jugar al juego de la Oca. En la cafetería del Congreso, sus señorías y sus señoríos juegan a este juego. También a otros juegos menos inocentes. Unos hacen trampas, otros van a la cárcel, a veces te comen y otras veces eres tú el que se come a los demás. Es una cuestión de vida o de muerte. Pero al final, siempre, solo gana uno.

Francina lo hacía muy bien. Cuando todos pensábamos que ya estaba perdida era cuando más rápidamente ganaba. Así llegó a ser presidenta del Govern y cuando parecía que había perdido el juego, de pronto, como por espasmo, la vemos como presidenta del Congreso. La Presidencia del Congreso de los Diputados es la casilla que no habíamos visto al comenzar el juego. Algo así como un as en la manga. De esos que solo sacas cuando te sientes acorralado o fracasado o perdido. El triple salto mortal cuando todos creen que ya estás muerto. De la Presidencia del Govern a la Presidencia del Congreso. Es un salto profesional. De Oca a Oca y tiro porque me toca.