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Lo he titulado en plural, no para diferenciarlo del órgano anatómico sino para evidenciar que en España tenemos esta diversidad que nos enriquece. Las lenguas son patrimonio cultural. El concepto de lengua materna da sentido a los espacios comunes del espectro emocional. Cuando nací, lo primero que registró mi cerebro fue: «Fill meu, benvingut». No quieran arrancarme este tesoro. Este concepto tan simple –cualquier imbécil esférico lo puede entender– resulta incomprensible para algunos cabestros que llamamos políticos. Lo han convertido en una guerra tribal. Hace tiempo que abdiqué de ideologías. Me eduqué en el pensamiento crítico y ello es incompatible con el dogma ideológico. La política ya no es un elemento creado para a través del diálogo y la negociación progresar y generar bienestar. Ahora, además de una orgía de vanidades, es una lucha encarnizada por el poder sin escrúpulos ni valores.

Los gurús de los partidos han visto que la gente cada vez piensa menos y han conseguido un atajo para jugar con su voto. Los mensajes son de contenido emocional. Miedo, odio, inseguridad... son sus elementos diana. Ahora, la preocupación de un gobierno debería ser la injusticia social, la muerte de la clase media, el equilibrio mundial, el medio ambiente, la sanidad y la educación. Aquellos cabestros deciden como trileros qué gobierno van a poner discutiendo las lenguas de nuestro país. No se va a romper España por aceptar que somos plurales. La uniformidad es fascista. Respeten lo elemental y dedíquense a lo que necesitamos. Habrá que evolucionar. Cambiar la ley electoral. La democracia es permitir ejecutar proyectos que deciden la mayoría, pero respetando las minorías. Que grupos minoritarios impongan su ley es pervertirla. No me asusta un Estado federal, pero simétrico. Todas las comunidades con los mismos derechos.