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Feijóo lo sabe, claro que lo sabe. Sabe que no será presidente de Gobierno y sabe que el rechazo a su partido por parte del PSOE no es algo nuevo. Sabe que la conjura de que a la derecha ni agua es una argamasa más que suficiente para que la denominada mayoría de progreso sume sus escaños a favor del hoy presidente en funciones. Sabe de antemano que los independentistas catalanes prefieren al líder socialista, que a fin de cuentas está abierto a hablar de todo, sin límites, y a afanarse en buscar fórmulas que den satisfacción a quienes desean un ‘Brexit’ a la española.

Sabe también que en un régimen parlamentario gobierna quién más escaños tiene, que no es el caso y sabe, sobre todo que la política va más allá, que no se agota en la investidura y ha optado por hacer política asumiendo el relato socialista y de Sumar de que lo suyo va a ser un fracaso, un batacazo más que dice Sánchez quien, por cierto, también acudió a una investidura fallida y ahora está en Moncloa.

La izquierda no puede disimular su satisfacción ante este escenario. Esto les produce más satisfacción que la mayoría de progreso aún por ahormar y concretar. Así es la política cuando lo que se busca es, en el fondo, la humillación del adversario. Sin embargo, los socialistas corren el riesgo de equivocarse. Se equivocan cuando la gozan diciendo que Feijoo está solo cuando nunca antes el PP ha logrado tanto poder institucional como el que ahora ostenta. Calculan mal los socialistas el poderío de la oposición con mayoría absoluta en el Senado y calculan mal, muy mal, cuando tratan de obviar que no han ganado las elecciones. Pueden, sin embargo, alardear de amigos como ERC, Junts, Bildu y demás siglas que conforman la mayoría progresista y esa mayoría, por supuesto legítima, es la que les va a permitir gobernar.

Y Feijóo lo sabe.