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Por fin, tras meses de no hablarse ni por teléfono, se celebró en el Congreso el encuentro entre el candidato a la investidura, Núñez Feijóo, y el presidente en funciones, Pedro Sánchez. Previamente, ‘voceros’ de Moncloa e incluso la propia portavoz socialista Pilar Alegría, se habían ocupado de tildar de falsa y fallida la pretensión de investidura.

Pese a que Feijóo había pedido fijar la fecha del encuentro con el propio Sánchez, este delegó en los jefes de gabinete para rebajar en lo máximo posible la entidad de la cita. Es más, nada más acabar, se fue a Ferraz a una reunión de su ejecutiva sin hacer declaraciones.

En este clima, la remota posibilidad de un acuerdo era imposible. Feijóo se presentó con un dosier que recoge su propuesta de un pacto que le permita gobernar dos años y, en ese plazo, pactar grandes reformas de Estado.

La respuesta fue otra carpeta, esta de agravios, por parte del presidente en funciones en la que recordó, y con razón, que la voluntad de llegar a pactos no se había notado hasta ahora, dado que el Consejo General del Poder Judicial lleva cinco años bloqueado por decisión del PP.
La propuesta de Sánchez es que, gobierne quien gobierne en diciembre de este año, la renovación del más alto órgano de funcionamiento judicial debe estar culminada.

Tampoco se puede acusar a Feijóo de intentar lograr la investidura por un interés personal y no buscando el bien del país, cuando que Sánchez, tras votar con los populares en contra de la propuesta de ERC de una amnistía a los acusados del Procés, busca ahora una salida jurídica que regule esa amnistía para conseguir los votos de Junts en su investidura. El interés personal se presupone en ambos. Teniendo en cuenta lo bien que le está viniendo a Sánchez este mes de intentos de Feijóo en busca de apoyos, el silencio y el respeto también son virtudes que se deben practicar en política. Y más cuando te permiten tiempo para tu propia negociación.