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Decía el actor Juan Diego Botto que cada persona guarda recuerdos de las cosas que le han hecho ser como es, que le han dado su identidad: el primer día de colegio, el primer amor, el primer beso, la primera borrachera, el primer día de trabajo… Esos recuerdos nos han hecho ser como somos, lo que somos, y si nos los quitaran de la mente seríamos otra cosa, otra persona. Y que lo mismo ocurre a nivel colectivo: si como sociedad nos borran una serie de hitos de nuestra memoria seremos una sociedad distinta, que no tenga nada que ver con la que podría haber sido.

Esta es la importancia que tiene la memoria, ser nuestra identidad. Por eso cuando hablamos de memoria no hablamos de pasado, sino de presente, de lo que somos y, sobre todo, de futuro, de lo que podemos llegar a ser. Por eso, defender la memoria democrática es vital para que nuestra democracia, hoy gravemente amenazada, pueda sobrevivir. Son muchas las amenazas a las que se enfrenta la democracia en todo el mundo: el resurgir de la barbarie y los totalitarismos, la derrota de la verdad a manos de las mentiras y fake news, la pérdida de valores humanistas, el aumento de la desigualdad, la terrible sensación de aislamiento en una sociedad carente de referentes, la manipulación informativa, la utilización de la inteligencia artificial para modificar resultados electorales…

Quienes quieren que desconozcamos pasajes de nuestra Historia, quienes se oponen a que materias como memoria democrática se estudien en institutos y universidades, quienes falsean lo ocurrido imponiendo su relato o cubriendo su ignominia con el silencio, quienes dicen que no debemos «remover» el pasado porque es abrir viejas heridas o se escudan en la equidistancia del «en los dos bandos hicieron barbaridades», son los que quieren quitarnos una parte de lo que somos, de nuestra identidad, de nuestra democracia.

La dictadura nos condenó a cuarenta años de silencio, pero la democracia nos ha castigado con cuarenta años de olvido al preferir callar y mirar a otro lado. Somos el único país europeo que no pudo juzgar los crímenes de la dictadura que padeció. Somos la única democracia europea en la que esos crímenes aún no se pueden juzgar. No es casualidad que también seamos el país europeo con mayor número de desaparecidos, un país en el que más de cien mil personas llevan décadas enterradas en sus cunetas. Conocer lo que les pasó, reivindicar verdad, justicia y reparación no es hablar de los huesos de nuestros abuelitos, sino del verdadero esqueleto de nuestra democracia.