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Confieso que de las antiguas civilizaciones la romana siempre ha sido la que peor me cae. Ese enloquecido afán militar, expansivo, conquistador, las matanzas indiscriminadas de animales y personas para deleite de la chusma, lo rígido de su pensamiento y su organización, me resultaban repulsivos. Quizá también había en ese rechazo cierto desprecio hacia lo conocido, porque lo romano sigue en nosotros y carece, por ello, del delicioso sabor exótico de otras culturas o pueblos más lejanos, en el espacio y en el tiempo. Ahora leo con asombro que la admiración por el imperio romano crece de forma exponencial… entre los hombres del siglo XXI. Por lo visto están tan perdidos ante el avance de las mujeres, que buscan desesperados referentes para sobrevivir a lo que ellos consideran un mundo perdido. Pobrecitos. Precisamente han ido a elegir la antigua Roma, lo que no hace más que poner en evidencia el profundo analfabetismo que nos rodea. Si algo te interesa, ¿no sería mejor buscar libros y leer, antes de ver series y películas hollywoodienses que solo priman el espectáculo por encima de la documentación histórica? Qué va, para eso se requiere cierto esfuerzo intelectual y no abundan los voluntarios. Quizá les guste saber a los romaníacos que en aquel tiempo la homosexualidad se aceptaba como parte de la vida familiar, porque los hombres violaban a sus esclavos, hembras o varones, como rutina doméstica. Muchos los preferían niños todavía, lo que nos deja entrever qué clase de civilización era esa. En fin, más allá del estereotipado prototipo del musculado gladiador, el valiente soldado, el inteligente ingeniero o el senador elocuente, la sociedad romana se adornaba con barbaridades que hoy nos avergonzarían.