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Confieso que me encanta la estadística porque desvela con meridiana claridad cómo es la realidad, mucho más allá de cómo nos la imaginamos. Estoy segura de que si preguntáramos a cien personas aleatorias cuánta gente tiene carnet de conducir en España, todas ellas responderían que la inmensa mayoría. Es la sensación que tenemos, sobre todo los que vivimos en la ciudad, que está diseñada para los coches, con su presencia absoluta, su ruido, sus tufos, sus riesgos. Los peatones somos los damnificados de esa prevalencia total de los vehículos motorizados que fagocitan calles y barrios con un hambre voraz. Pues se equivocarían. Sí, resulta que en España solamente hay 16 millones de conductores, es decir, un tercio de la población. ¡Notición, los que andamos a pie somos mayoría abrumadora! ¿A que no se lo esperaban? Es lógico. Pero ese dato deberían manejarlo los que nos gobiernan y actuar en consecuencia, o sea, potenciando a tope el transporte público, la gran asignatura pendiente de estas Islas donde ni siquiera puedes ir al médico en autobús si vives en numerosos puntos de la geografía mallorquina. ¿Acaso creen los gobernantes que, primero, todos tenemos carnet de conducir y, segundo, todos tenemos un coche a nuestra disposición? Si lo creen, fallan. Y acertarán si apuestan por arrinconar al vehículo privado y favorecer lo público, especialmente lo que no contamina. Porque las estadísticas, esas tan certeras, nos dicen que cada vez son menos los jóvenes que se sacan el carnet. Quizá por la aparición de nuevas formas de moverse, por lo caro que resulta o porque los coches tienen precios inalcanzables para la mayoría. Así que, de cara al futuro, ya saben lo que tienen que hacer.